Es uno de los orgullos más grandes de la ciudad. Se la puede recorrer en visitas guiadas que maestros y alumnos organizan todo el año…
La Escuela de Educación Agropecuaria fue inaugurada en mayo de 1948 como “Fundación Mecánico Agrícola Irene Martínez de Hoz de Campos”, y es una institución dedicada a la educación y formación técnica de jóvenes estudiantes de entre 12 y 18 años.
Acercarse al lugar es la oportunidad de gozar de una visita guiada dentro de un marco de belleza natural que invita a la relajación y a la observación, participando como espectadores privilegiados de las rutinas que acontecen en el lugar todos los días del año.
El acceso principal nos dejó a las puertas de una imponente construcción de color crudo, de neto estilo colonial que con sus grandes galerías, sus interminables tejas rojas y un palomar español le aporta al lugar la sobriedad necesaria para el dearrollo de las actividades.
Una vez en la puerta principal, observamos que ya había turistas recorriendo las doscientas hectáreas del predio, por lo que debimos esperar a que se formara otro grupo para comenzar nuestra recorrida.
Un grupo de chicos y chicas que no superaban los 15 años, reían divertidos con sus uniformes y mochilas de colegio mientras observaban el autobús que los llevaría a sus hogares luego de terminado el día de clases. Otros, en cambio, debían esperar a que llegara el fin de semana para poder volver a encontrarse con sus familias.
Estudian de lunes a viernes, y conviven durante la semana dentro del establecimiento. El último día vuelven a sus casas para reincorporarse el lunes a primera hora.
“Al que madruga Dios lo ayuda” dijo el más pícaro de ellos, pero por cómo lo contaba se entendió a simple vista que el tema del horario es un lema prioritario que les va forjando una conducta. Algo fundamental para quienes pretenden ser verdaderos hombres y mujeres del campo.
La visita comenzó y nos adentramos en las particularidades de cada uno de los sectores. En poco tiempo recorrimos un monte frutal donde nos enseñaron a diferenciar las distintas variedades de frutas que allí se cultivaban. Una huerta, un vivero, un área dedicada a la agricultura y un invernáculo, además del laboratorio principal, quedaron atrás, aportando conocimientos a un grupo de turistas que ni imaginaban un lugar de estas características en Argentina.
Aunque por momentos se cansaron de caminar, los más chicos se sorprendieron por todos los animales que allí pueden observarse. Gallos y gallinas ponedoras, pollitos, patos, conejos, ovejas, caballos, vacas, terneros y hasta las chanchas con sus cochinillos nos sorprendían a medida que los íbamos descubriendo
En cada uno de los rincones que tiene el lugar encontramos profesores enseñando y alumnos aprendiendo. Al hablar con ellos, escuchamos que la mayoría tiene sueños relacionados con el campo, ya sea porque viven en él o bien porque por elección propia se les ha despertado esta vocación.
Cuando les pregunté las razones para elegir esta escuela, todos me contestaron con entusiasmo que quieren ser ingenieros agrónomos o técnicos agropecuarios, y los más vivaces afirmaron que cuando terminen tienen pensado llevar a la realidad algún emprendimiento propio, que comenzó de chicos siendo un sueño y que gracias a la escuela, hoy tienen las herramientas necesarias para transformar en realidad.
Juan me contó que su sueño es criar caballos y que desde chico quiso estudiar algo relacionado con los equinos. Por eso no tiene ningún problema en recorrer todos los fines de semana los 50 kilómetros que lo separan del pequeño pueblo de Otamendi, para poder hacer lo que tanto le gusta. Como él, muchos viven en las localidades cercanas de Mar del Sud, Centinela del Mar, Mechongue, San Agustín, Chapadmalal y Mar del Plata, y también hay quienes vienen desde Necochea, Lobería, Balcarce e incluso de la ciudad de Tandil, además de otros pueblos de la provincia de Buenos Aires.
Luego de dejar los sectores de producción, aprendimos los secretos de la elaboración artesanal y también nos explicaron el funcionamiento de maquinarias de última generación como el tambo mecánico, que se halla totalmente computarizado o las máquinas que funcionan dentro de la fábrica de industrias lácteas, donde se elaboran quesos y por supuesto, dulce de leche casero.
La recorrida terminó dentro de un local que posee la escuela destinado a la venta de los productos elaborados dentro del establecimiento, que se caracterizan por su frescura y calidad. La Asociación Cooperadora los comercializa también en otros comercios de la zona, lo que ayuda para que la escuela se autofinancie.
Así, una vez terminado el recorrido, los turistas pudimos comprar pollos, lechones, conejos, corderos, huevos, miel, dulces y licores caseros, además de verduras, quesos y embutidos. Todos hechos por los alumnos y sus maestros, un verdadero ejemplo a copiar y un paseo imperdible si está de vacaciones en Miramar.