Una de las pescas más interesantes que posee nuestro litoral marítimo. La anchoa de banco, un pez inagotable y de pique eléctrico, logró hacernos fanáticos para siempre, junto a meros, salmones y toda la variada grande del mar.
Llegué a Mar del Plata con un día de sol excepcional. El mar estaba azul y calmo, y puntual como habíamos quedado, Sergio Abdelcader -más conocido como Sandokan- me pasó a buscar en un jeep blanco con olor a mar y arena. Ya estábamos entrando en clima.
Los grandes salmones y limones habían estado picando fuerte antes de que se descompusiera el tiempo. Lejos, muy lejos de la costa pero fuerte, por lo que el gasto de combustible se justificaba.
Luego de recorrer el centro, las playas y la hermosa rambla marplatense, llegamos hasta la zona del puerto. Nos adentramos en el Yacht Club Mar del Plata, donde amarran todas las embarcaciones deportivas que salen a pescar mar adentro.
El barco de Sandokan estaba listo para zarpar. Sus ayudantes se habían encargado de preparar todos los equipos al igual que la carnada que usaríamos. Zarpamos mientras el amanecer dejaba entrever una mañana espectacular. A casi una hora de navegación, la embarcación se detuvo y, aunque el ecosonda no marcaba ningún registro de peces, nos encontrábamos en el lugar ideal para intentar el limón.
Dos cañas fueron lanzadas al agua a distintas profundidades y lentamente comenzamos a realizar un trolling con carnada natural. Eran las 9 de la mañana y, después de esta hora, el pique de limones prácticamente desaparece para luego volver al atardecer.
Así es que luego de darle varias vueltas al Fortuna 2 y de reconocer que los limones no vendrían a la cita, decidimos levantar los equipos, reemplazarlos por los de variada de mar y poner proa hacia la zona de la Herradura, más o menos a una hora más de navegación.
A buscar la variada
El cambio de lugar lentamente comenzó a dar sus frutos. Mientras navegábamos, Sandokan se encargó de darnos a todos los presentes un pequeño pero eficaz curso de cómo se debía manejar la embarcación en caso de que él sufriera un accidente.
“Si lo que se quiere es volver y no podemos divisar Mar del Plata debemos saber que siempre vamos a volver al punto de partida invirtiendo la brújula, así no se van a perder nunca. Ah, y por cualquier cosa, allí se encuentran los salvavidas” terminó de decir Sergio.
Rápidamente llegaron algunas bromas al respecto pero lo bueno es que la lección del día estaba enseñada.
La zona elegida para hacer los lances posee fuertes corrientes de agua. El suelo es de rocas que se mezclan con pequeñas grietas y con un fondo duro de toscas. Allí se refugian los grandes salmones y los meros, conviviendo con la gran cantidad de crustáceos de todas las especies que se transforman en la dieta alimentaria de los grandes del mar.
La embarcación se detuvo en lo que el ecosonda marcaba como el principio de una gran piedra. Después de una breve explicación de cómo las líneas se debían soltar todas al mismo tiempo para evitar enredos, ya estábamos pescando.
Enseguida se sucedieron los piques. Primero fueron los besugos, uno a uno comenzaban a subir a la embarcación entre peces palo, castañetas, pequeños meros y pescadillas. Increíble. Pero esta especie que casi siempre se encuentra a pocos metros de la costa se encontraba en sitios infrecuentes. La razón era, por supuesto, el temporal que sacudió a la Feliz durante casi todo el verano
Un rato más tarde, nos topamos con un cardumen de grandes meros y comenzó la fiesta. Las marcas en el ecosonda mostraban ahora una interesante actividad. A la cuenta de tres, los seis pescadores bajábamos las líneas al mismo tiempo y apenas tocaban el fondo recibíamos pique.
El tira y afloje por suerte se tradujo en gran cantidad de piezas que fueron subiendo a la embarcación y calmaron así la ansiedad de los presentes.
Anchoa, soy tu fan...
Eran casi las 3 de la tarde, cuando se produjo en una de las cañas un pique que cambiaría la jornada por completo.
Una de las líneas volvió a la embarcación con un pequeño besugo al que sólo le quedaba su pequeña cabeza, indicio de la presencia de algo raro en el agua.
Algunos de nosotros pensamos en cazones, sin embargo, bastó con que Sandokan observara la mordedura para sentenciar: “anchoas”. Y no terminó de decir la mágica palabra cuando una de las cañas comenzó a correr de una manera distinta a la que estábamos acostumbrados.
El pez esta vez ofrecía una resistencia increíble. Después de algunos minutos de ardua lucha, subió a superficie y soltó una ultima corrida, lanzándose como un torpedo contra la embarcación y dejando ver sus hermosos colores plateados, azulados y verdosos.
Todas las cañas arqueadas y los pescadores desesperados a veces prácticamente sin fuerzas en las manos luego acompañar las embestidas de estos hermosos peces. El momento culminante llegó cuando comenzamos a observar que apenas las líneas tocaban el agua se sucedían los piques y fue ahí que, por orden del capitán, las carnadas naturales fueron reemplazadas por fiocos y señuelos de color rojo y amarillo.
La velocidad que desarrollan estos peces una vez clavados es realmente increíble y de no haber sido tantos dentro de la embarcación, habríamos armado una caña de mosca, lo cual hubiese resultado inolvidable.
En casi dos horas, los habituales cajones se llenaron de grandes anchoas, meros y besugos. Eran las 5 de la tarde cuando Sergio nos avisó que en media hora comenzaba el triunfal regreso a La Feliz.
Quien escribe estas líneas jamás se había topado con este pez y, desde este día, se ha convertido en un verdadero fanático de la especie. Amor a primera vista, podría decirse. Una pesca realmente inolvidable que, por supuesto, merece otro capítulo.