Desde tiempos inmemoriales, las aguas termales resultan atractivas para el hombre. Los incas venían desde Cuzco (Alto Perú) a darse baños en estos espejos de agua que ellos consideraban sagrados y que se extendían a lo largo de toda la cordillera de los Andes.
De estas visitas quedaron vestigios (Termas de Reyes en Jujuy y Puente del Inca en Mendoza), visitados anualmente por miles de turistas que han reemplazado el origen sagrado de las aguas por las propiedades medicinales y terapéuticas de la medicina moderna.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la hidroterapia comenzó a desarrollarse junto a un importante conjunto de técnicas que utilizan el agua como único fármaco: vapores, algas, barros y arcillas en su estado más natural. El masaje era el único sistema de aplicación.
La hidroterapia (emplear el agua con fines terapéuticos) ha ido desarrollándose y adquiriendo mayor auge. Aunque en un sentido amplio todo es hidroterapia, es posible diferenciarla del empleo de las aguas mineromedicinales (hidrología médica o crenoterapia) y del empleo de las aguas de mar (talasoterapia).
El termalismo es una actividad que aprovecha las diferentes fuentes termo-minero-medicinales y sus derivados (aguas, microorganismos y algas) con la posibilidad de combinarlos con el sol, el oxigeno y el clima. Se obtienen beneficios a través de diversas técnicas de aplicación con diferencias de intensidad, duración y frecuencias establecidas por un medico especialista, ya sea con fines curativos, preventivos o de rehabilitación. Todo en pos de mejorar la calidad de vida del turista.
El turismo termal es apto tanto para personas sanas que necesitan relajarse como para personas que presentan síntomas de diversas afecciones, tales como problemas respiratorios, enfermedades de la piel, trastornos del aparato locomotor, circulatorio y digestivo.
En los últimos tiempos, los centros termales han sumado a su infraestructura tratamientos de spa y estéticos. Así, captaron nuevos visitantes de todas las edades.