Enclavados en un punto estratégico para los barcos que transitan los mares australes, también son un hito en el turismo para aquellos que no se conforman con las actividades tradicionales.
Los faros de Cabo Vígenes y Punta Dúngenes son los más australes del continente americano y guían el camino de los navegantes. La magia y el misterio rodean su soledad y su silencio, del que se extraen historias y leyendas de luz y de sombras.
Iniciamos nuestro viaje en auto desde Río Gallegos y en el camino encontramos estancias patagónicas dedicadas a la cría de ovinos y a la producción de lanas. Monte Dinero es una de ellas y, además, ofrece una pequeña hostería para experimentar el día a día del trabajo rural y saborear excelentes comidas caseras.
Al alcanzar la costa atlántica, recordamos aquellos experimentados navegantes de antaño que se atrevían a desafiar el embravecido Estrecho de Magallanes. ¿Qué hubiera sido de ellos sin ese haz de luz de los faros, imprescindibles para marcarles el camino?
En tiempos en que la tecnología no acompañaba a los conquistadores de los mares del sur, esos puntos de referencia segura les permitían evadir con precisión los bancos de arena de Punta Dúngenes y los alertaban de la presencia de la roca Nassau.
Son tierras que han sido exploradas desde el 1520 por Hernando de Magallanes y de las que surgen infinidad de leyendas: la fundación de la Antigua Ciudad del Nombre de Jesús en el siglo XVI, la fiebre del oro en 1870 e infinidad de expediciones marítimas. Fueron intentos fallidos de esforzados hombres que se animaron a las dificultades del clima, la falta de agua dulce o alimentos.
Poco antes de llegar a los faros, encontramos la reserva provincial Cabo Vírgenes, en la que vive una colonia de pingüinos de Magallanes. Una excelente visita guiada conduce a los sectores de los nidos donde habitan, ponen sus huevos y esperan los nacimientos. Con su vestimenta negra y blanca, una capa gruesa de grasa y plumaje apropiado para capear el frío, caminan en forma lenta y acompasada como ladeándose sobre sus patas.
Finalmente llegamos al primero de los faros que parece otear el horizonte sobre una barranca alta. El de Cabo Vírgenes tiene una altura de 27 metros, se ubica a 70 m.s.n.m. y cumple funciones desde 1904. El lugar casi desértico se ve interrumpido por una torre troncopiramidal con doble plataforma y garita, con franjas horizontales blancas y negras. Conocimos sus principales características gracias a la visita que realizamos al centro de interpretación.
Buscamos entonces el otro faro, el de Punta Dúngenes, que fue instalado a fines del siglo XIX. Pintando de color rojo y blanco, es el hermano chileno de noches de insomnio del anterior. Se encuentra activo y tiene similares características lumínicas y de alcance que el de Cabo Vírgenes. Posee una estación meteorológica automática y tiene la peculiaridad de estar instalado en un lengua de tierra inestable por los constantes acarreos de sedimentos y fuerte oleaje y viento. Se aprecia el sitio justo donde las aguas del Atlántico se unen al Estrecho de Magallanes.
Ambos vigías de la navegación son muy visitados, especialmente en el verano ya que forman parte de los tours turísticos. Una manera de darles el último adiós antes de volver a Río Gallegos es disfrutar de un café o un chocolate caliente en la confitería Al Fin y al Cabo y desde sus ventanales susurrar:
“Un faro quieto
nada sería.
Guía, mientras
no deje de girar.
No es la luz
lo que importa en verdad;
son los 12 segundos
de oscuridad.
12 segundos de oscuridad
para que se vea desde alta mar”
Jorge Drexler