Presentamos una original manera de conocer los encantos del lugar. En dos ruedas transitamos por los edificios, monumentos y barrios más emblemáticos.
Amanecimos tarde, como corresponde después del largo viaje que emprendimos desde San Martín de los Andes. A pesar de ello, una intensa y blanquecina neblina parecía no querer despegar de la ciudad, permaneciendo inmóvil en medio de la ciudad de Rosario.
Luego de mucho remolonear, decidimos ponerle fin a la fiaca. Una ducha caliente y un café negro era lo que necesitábamos para tomar coraje y salir a conocer la fresca mañana de Rosario.
Como por arte de magia, la bruma que envolvía la ciudad comenzó a levantarse, y con ella, el brillo, los sonidos y los aromas característicos de la metrópoli comenzaron a lucirse ante nuestro paso. Para nuestra sorpresa, el frío no era tanto. De hecho, un haz de luz solar, que se colaba por entre las grisáceas nubes de invierno, aportaba cierto grado de calidez a la visita.
Luego de almorzar en el exclusivísimo Muelle 1, el restaurante que Marcelo Santana tiene en La Fluvial –plena costanera de Rosario– decidimos que un bicitour sería la mejor opción para conocer la ciudad, a la vez que haríamos algo de deporte.
Un operador turístico local fue el encargado de suministrarnos las bicicletas. Así conocimos a Gabriela, quien nos mostró los aspectos más importantes y turísticos del lugar.
Emprendimos la marcha. Como era de esperarse, lo primero que visitamos fue el Parque Nacional a la Bandera. “Aquí es posible encontrar parte del pasado urbano ya que, históricamente, puerto, ferrocarril y comercio tuvieron en este sitio un punto de confluencia.” –explicó Gabriela.
Supimos que sobre la ribera atracaban barcos de vela, a vapor, de cabotaje y ultramar. Con el auge económico se construyó el primer muelle y la aduana.
Silencioso y omnipotente, el Monumento a la Bandera Nacional, le brindaba todo un marco de esplendor y solemnidad a la zona.
Las bicicletas que utilizamos en el paseo son del tipo todo terreno, con cambios. Cada quince minutos, la guía nos aconsejaba hidratarnos. De esta manera, no agotaríamos nuestro organismo.
Por la avenida Belgrano, comenzamos a bordear la costanera. En el siglo XIX, esta zona no era más que una ensenada de playa arenosa y de toscas, donde los habitantes cargaban y descargaban productos de las embarcaciones que amarraban en el puerto. A principios del siglo XX, el intendente de la ciudad, Luis Lamas, propuso “embellecer la ciudad” y trazó una avenida sobre la huella existente. Transitamos esta hermosa avenida que se encuentra adornada interrumpidamente por palos borrachos, añiles, jacarandaes y ceibos.
Los pulmones de la metrópoli
En medio de tanta naturaleza, llamó nuestra atención un edificio de considerable porte. “Es la Aduana” –se adelantó nuestra guía, pareciendo adivinar lo que le íbamos a preguntar– “Es de estilo francés y data del año 1903. Su planta se adapta a la forma irregular de la manzana y a los desniveles que presentan la calle Urquiza y la avenida Belgrano, por las cuales se ingresa al edificio.”
Continuamos la “bicicleteada” a buen ritmo y disfrutando de las bondades de la costanera y de las magníficas vistas que nos regalaba el río Paraná.
Rápidamente pasamos frente al Museo de Arte Contemporáneo, ubicado en un antiguo galpón de granos reciclado en 1995 para convertirse en Centro Cultural, con orientación hacia las nuevas tendencias. En este museo se está tratando de lograr una mayor participación de los jóvenes a través de la presentación de diferentes espectáculos, muestras, seminarios de información e investigación, arte, diseño y lenguaje. Los vistosos y brillantes colores con que está pintado, le otorgan un rasgo distintivo en medio de los parques que lo rodean.
En esta zona realizamos una parada técnica, para descansar unos instantes antes de continuar el paseo. Sentados en un banco de madera, repusimos nuestra energía y relajamos nuestros sentidos observando cómo, lentamente, los veleros se trasladaban de un punto a otro del río.
Continuamos la marcha y pasamos frente al Parque de España. Este espacio verde es el resultado de un emprendimiento conjunto del gobierno argentino y la colectividad española. En su interior, el parque posee un complejo cultural con una sala de teatro, sala de conferencias y tres túneles utilizados como galerías de arte.
Bordeando la costanera, también observamos la Isla de los Inventos y la Cerealera Unidad 6, ubicada sobre el puerto.
Más adelante, pasamos frente al estadio de fútbol del Club Atlético Rosario Central. Gabriela nos contó que el club fue fundado en 1889 por un grupo de ingleses trabajadores de los ferrocarriles. “Su primer nombre fue Central Argentino Railway Athletic Club y estaba destinado a la práctica de fútbol y cricket. Su estadio se inauguró en octubre de 1929 y fue remodelado para el Mundial ‘78 para albergar a 47.000 espectadores” –explicó la guía.
En las instalaciones del club, también hay un natatorio olímpico, camping y acceso al río por debajo de la avenida.
Del “Gigante de Arroyito”, como se lo conoce a este estadio mundialista, nos fuimos por el paseo ribereño. Un hermoso espacio verde nos dio una nueva bienvenida: el Parque Alem, ex Parque Ludueña. La actual denominación proviene del monumento en homenaje a Leandro Alem, simbolizando su idea rectora durante su función pública –“Que se rompa pero que no se doble”– con una barra de acero. En el predio se encuentra un complejo de piletas y diversos embarcaderos, guarderías náuticas y lugares para comer platos típicos y extranjeros.
También pasamos por la Usina Termoeléctrica Sorrento, encargada de proveer de energía a un importante sector de la ciudad.
A lo largo del paseo, vimos distintos restaurantes, donde se puede saborear pescados de río.
Este recorrido incluye varios paradores sobre la margen del río, como el Balneario Municipal La Florida y las ramblas Catalunya I y Catalunya II.
Puentes, museos, ferias y algo más…
Llegamos hasta un punto panorámico, donde frenamos para observar el puente Rosario-Victoria. Esta obra de ingeniería demandó un total de cinco años para ser culminada. “El tramo de puente colgante mide 608 metros de largo por 22 de ancho y está compuesto por dos torres principales de 126 metros de alto. Cuenta con cuatro carriles y la altura para navegar por debajo es de 51 metros.” Este puente significó un gran paso en la comunicación dentro del corredor Atlántico-Pacífico, vital para el funcionamiento del MERCOSUR.
Desde este punto emprendimos el retorno hacia el centro de la ciudad. En este tramo pasamos por el legendario barrio Pichincha, conocido mundialmente por ser centro de atención de un público masculino constante y entusiasta del negocio más antiguo del mundo, la prostitución.
El burdel más famoso fue el de Madame Safó, hoy convertido en hotel alojamiento. Frenamos y observamos la fachada del exterior. En su interior mantiene original la habitación principal de la casa, decorada, tapizada y alfombrada con los mismos ornamentos de sus años de auge.
Continuamos la marcha y frenamos en la Feria Retro, un mercado con más de 180 puestos de ropa usada y objetos antiguos y de colección, que se comercializan a muy buenos precios. Este sitio se convirtió en un polo cultural y atractivo turístico, siendo una de las ferias más grandes del país.
A continuación observamos el Museo de la Memoria, que funciona en las instalaciones de la ex estación Rosario Norte. En su interior se aúnan diversas especialidades relacionadas con el acontecer histórico, el pasado, el presente y el futuro. Prensa, antropología, comunicación social, historia, arquitectura, imagen, ciencias políticas y psicología son algunas de ellas.
Luego de transitar unas cuadras, tomamos el boulevard Oroño y nos fuimos hasta el Parque de la Independencia. Este pulmón verde fue creado durante la intendencia de Luis Lamas, tomando como base cuatro plazas ya existentes. Se inauguró en enero de 1902 con una plantación inicial de 1.000 árboles de distintas especies: tipas, eucaliptos, nogales, magnolias y sauces. En el predio de 166 hectáreas funcionan los museos Histórico y de Bellas Artes, los clubes Gimnasia y Esgrima, Provincial y Newell’s Old Boys, y el estadio Municipal, además de paseos, parques y jardines.
Aprovechando que el día se había puesto lindo, decidimos culminar el bicitour por la ciudad en este bello parque. Su lago artificial y la hermosa fuente nos cautivaron. Tendidos sobre el verde césped, dejamos que las horas se sucedieran, y con ellas, la llegada del ocaso nos anunció el comienzo de un merecido descanso.