Desde tiempos antiquísimos pueblan la zona indígenas de diversas denominaciones cuyas culturas todavía se estudian. Entre los pueblos que habitaban
el territorio tucumano se destacan los diaguitas calchaquíes, fuertemente influidos por la cultura inca. Asentados en toda el área montañosa del oeste tucumano, eran hábiles tejedores y alfareros. Cultivaban el maíz, el zapallo y la quina con un sistema de andenes y terrazas dotados de irrigación. Criaban guanacos, llamas y vicuñas que les brindaban carne, leche y lana. Practicaban una rudimentaria minería y estaban bien organizados al mando de un cacique. Esencialmente pacíficos, eran buenos guerreros cuando la situación lo requería. Los quilmes fueron otros pobladores cuyo pueblo sufrió persecución, muerte y destierro (fueron trasladados a
la provincia de Buenos Aires en época de la colonia, se buscaba que perdieran su identidad como pueblo para así dominarlos y arrebatarles la tierra). Conservan elementos de su rica y milenaria cultura: practican rituales a la Pachamama, formas de cooperación y el canto con percusión que tiene una enorme fuerza cósmica (bagualas, tonadas y vidalas). Los españoles llegaron hasta estas comarcas por el oeste, desde el Perú, a la búsqueda de la mítica Ciudad de los Césares. Fue Diego de Almagro, en 1536, quien incursionó por primera vez en la región que hoy ocupa la provincia de Tucumán, sin fundar nada. En mayo de 1565, Diego de Villarroel, bajo la advocación de San Miguel Arcángel, instaló a
San Miguel de Tucumán sobre un afluente del río Salí en un paraje llamado Ibatín, en la lengua de los naturales. La ciudad se emplazó en forma definitiva en 1585. Durante lo que quedaba del siglo XVI, San Miguel de Tucumán puso el hombro, sin desmayo, a toda la obra de la conquista. Sus vecinos fueron soldados en todas las expediciones fundadoras, mientras sus bosques proveían de madera al único vehículo de aquellos tiempos: la carreta, que por eso se llamó "carretera tucumana". La aldea estaba recostada junto a la montaña, asiento de los indígenas calchaquíes, y más de una vez los naturales quisieron incendiarla. Pero los vecinos supieron resistir. Al fin, lo que no pudieron los indios y las privaciones, lo logró la caída en desuso del camino que pasaba por San Miguel y seguía a
Buenos Aires y las aguas palúdicas del río cercano. La ciudad se hizo insalubre y quedó al margen de la ruta comercial. En septiembre de 1685, la ciudad fue trasladada desde su sitio primitivo -cerca de la actual Monteros- a un lugar más alto, conocido como La Toma. La tarea, que duró 5 años, estuvo a cargo de Fernando de Mendoza Mate de Luna. Desde aquellos tiempos, la ciudad de Tucumán se convirtió en centro de comunicaciones, en especial por su ubicación en el camino que unía el Río de La Plata con el Alto Perú. El siglo XIX es el de la Revolución de la Independencia, que para Tucumán significó cambios fundamentales. Enterados de los sucesos de Mayo en Buenos Aires, el 26 de junio de 1810 el Cabildo tucumano, por el solo voto de Juan Bautista Paz, se inclinó por el bando patriota y eligió al presbítero Manuel Felipe de Molina diputado ante la Primera Junta. En 1812, Manuel Belgrano, derrotado y en retirada hacia
Córdoba, arribó a la ciudad. Animado por el apoyo y la decisión del pueblo tucumano, decidió hacerse fuerte allí y hacer frente a sus perseguidores. El 24 de septiembre de ese año, en la Batalla de Tucumán, derrotó al general realista Pío Tristán. Cuatro años después, la situación del Río de la Plata era muy difícil: la derrota de Sipe-Sipe, la desastrosa situación económica a causa de la guerra y la tambaleante causa independentista en América Latina conformaban el panorama imperante. En 1816 Tucumán fue sede de otro acontecimiento memorable: el Congreso de las Provincias Unidas, que afianzó jurídicamente el pronunciamiento de 1810 declarando la independencia de España y de toda otra dominación extranjera. San Miguel de Tucumán se convirtió entonces cabeza de una nueva provincia, que llevaba su nombre, y de la cual dependían Catamarca y Santiago del Estero, mientras Salta y Jujuy se le separaban. En las guerras civiles, durante la década de 1820, vio reducido su territorio a la jurisdicción actual, al separársele Catamarca y Santiago del Estero. En el último tercio del siglo XIX, los tucumanos inauguraron el trapiche, la primera máquina que conoció el país, utilizada para la industria del azúcar. Esto definió su prosperidad en los años futuros. Prosperidad que se afianzó explosivamente desde 1876 con la llegada del ferrocarril que conectó las provincias con el puerto de Buenos Aires. En sus vagones llegaron las máquinas que reemplazarían al rústico trapiche de palo movido por bueyes. Es importante señalar que Tucumán entró en la historia nacional a través de muchos hijos de su suelo que actuaron como ideólogos o protagonistas de nuestra historia: Juan Bautista Alberdi, el autor de la Constitución Argentina; Nicolás Avellaneda y Julio Argentino Roca, ambos presidentes de la Argentina moderna, de los ferrocarriles y de la inmigración. "Porteños del interior" llamará un cronista a los tucumanos del fin del siglo.