El centro denota los gustos y necesidades de quienes buscan sus playas vírgenes e interminables, la práctica de deportes extremos y muy especialmente la pesca de mar y río.
La villa veraniega Marisol crece a medida que se hace conocida para más gente que sabe de su naturaleza generosa.
Como población aún joven, mucho hay para hacer en el sentido edilicio y de infraestructura. No obstante, cuando llega el verano, los hoteles, casas de comida, camping y servicios básicos de locutorios y cyber renacen ante la llegada de los visitantes.
Su característica principal es la “mudanza” que realizan las dunas, y para lo cual sus habitantes permanentes se ocupan de continuar con el arbolado urbano y costero a fin de fijar la arena.
Ante el fuerte sol estival, las calles arboladas son un refugio para los peatones y sus vehículos. Existen bosquecitos en pleno centro, casas diseminadas y muchos lotes libres.
Las últimas cuadras de acceso a la playa las hicimos por una calle ancha y desierta, sin plantas, lo cual explica la influencia del viento vigoroso del océano. También las olas pegan con ímpetu, por lo que se deben respetar las condiciones imperantes, de acuerdo con lo que consignan los bañeros.
Si se es pescador, el día pasa volando entre quienes comparten este entusiasmo por el logro de especies marinas o de agua dulce. Para los demás, las caminatas por la playa o por los alrededores, hacia la cascada Mulpunleufú, la Cueva del Tigre y el Puente Viejo se suman a las horas de sol y baño en la playa. Para aquellos que solo desean descansar, el atardecer playero es el mejor deporte de la temporada.
El balneario Marisol asegura que durante la jornada de luz natural toda la familia tenga algo para disfrutar y recordar al regresar a casa.