Si hay algo que hoy permiten las playas del sur de la provincia de Buenos Aires, es viajar al pasado y encontrarse con grandes extensiones de arena que pueden llegar a permanecer sin ser pisadas durante varios días, incluso en la temporada de verano, cuando en el resto del país las playas se transforman en un verdadero hormiguero con, obviamente, fervientes admiradores.
Pero esto no ocurre en Claromecó, ni en Reta ni en Orense, así como tampoco en Pehuen-Co y en otras péqueñas playitas con pueblo que forman parte del abanico que brinda la costa atlántica bonaerense antes de llegar a la gran Bahía Blanca.
El mar, la arena, la espuma, las piletitas de agua que se forman en la orilla y el temor a la “ola” están entre los elementos de la naturaleza que lograron desde chicos hacernos pensar en el mar de una manera determinada, e incluso nostálgica.
Pero también hay un importante repertorio de objetos hechos por el hombre, entre los que basta con citar algunos como la sombrilla, los autitos, el balde, la palita, el rastrillo, etc. y demás que son parte del inventario de recuerdos imborrables de las distintas generaciones que conocieron y siguen conociendo el mar.
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