Gracias al comienzo de la construcción en 1967 de obras hidroeléctricas sobre el río Limay (obras que, junto a Cerros Colorados, más tarde conformarían el primer complejo hidroeléctrico de importancia del país), Villa El Chocón comenzó a formarse como un emplazamiento poblacional ubicado sobre la margen norte del embalse. Comenzó en forma de villas construidas especialmente para la obra y en 1975 (el 31 de octubre) finalmente concretó el funcionamiento del gobierno municipal. Mesetas, acantilados, bardas y rojos de diversas tonalidades y capas delinean el atractivo paisaje de Villa El Chocón, cuyo ejido municipal es de 6.000 hectáreas y cuya actividad económica principal pasa, naturalmente, por la generación de energía a partir de la presa y el embalse. Dicha presa, hecha a base de piedra, tosca, areniscas y tierra, de 86 metros de altura y 2.500 metros de longitud (con una base de 380 de ancho) contiene seis turbinas en actividad con una potencia de 1.200.000 Kw en conjunto con el embalse Ramos Mexía, de 80.000 hectáreas. También el turismo es una actividad fuerte y creciente en la villa, fomentado y enriquecido gracias a su patrimonio paleontológico, de importante atractivo científico. Por supuesto, no debe dejar de mencionarse la actividad agrícola de la zona, que ocupa y mantiene a gran parte de la población de Villa El Chocón (que hoy en día es de aproximadamente 500 habitantes). Sus leyendas: KOMPANPELLII Según cuentan, los paisanos oriundos del lugar cruzaron el río Neuquén a caballo, esquivando a quienes los corrían (ya que por aquellos tiempos no había puentes) y defendiéndose con flechas (ya que no conocían las armas de fuego). Al otro lado del río, los esperaban la tropa, los caballos y mulares. Eso sí: no todos llegaron, a algunos se los llevó el agua. Para defenderse, usaban un palo grande con punta, al que le pegaban un fierro, y con la flecha mataban. Las armas de fuego las traían los criollos; armas de un solo tiro que usaron para espantar hacia Chile a los paisanos, que se fueron entre los cerros rogando en su lengua nativa. Ellos eran muy creyentes. Se dice que en esa huida el espíritu de Dios (que se llama Kompanpellii) entró al espíritu y al corazón de una mujer machi que los acompañaba al escaparse y ella comenzó a contarles qué les iba a pasar si los criollos los alcanzaban y a dónde iban o cuán lejos estaban. Ella fue quien les indicó en qué dirección escapar, siguiendo los dictados de Dios. Fue gracias a esta mujer que supieron que se salvarían llegando a Chile.