Balneario familiar y particularmente indicado para los más chicos, se caracteriza por su seguridad, una estructura edilicia en crecimiento, con toda la naturaleza a disposición.
Cuando se traspone la entrada a Nueva Atlantis desde la ruta interbalnearia, nos reciben sus calles de tierra o conchilla, con construcciones dispares y alejadas la una de la otra.
Ingresamos y, cuadras más adelante, el aumento de la población fue gradual. El espacio céntrico comenzó a mostrarse con casas de una o dos plantas, de arquitectura coqueta, y negocios de servicios y artesanías.
Tomamos la avenida Roldán, que es la principal y que lleva hasta la costanera. Allí, único acceso a la playa, encontramos el punto más activo: muchos transeúntes con su sombrilla y sillas playeras al hombro llegaban o se iban de la arena.
La costanera es sinuosa, con médanos y poblada de especies arbóreas que aseguran sombra y defensa del suelo y contra los vientos imperantes.
Hacia las afueras, los deportes de aventura aprovechan lo solitario del lugar para desplegar sus atractivos. Los acuáticos, los de aire o los cuatriciclos sobre la arena son los más populares. La presencia de pequeñas embarcaciones a motor o kayaks que se movilizaban en forma paralela a la costa estaba permitida, sin interferir con quienes disfrutan del agua y las olas.
Vimos a unos jóvenes que se elevaban en sus skysurf haciendo piruetas y deslizándose en tabla para depositarse en el agua con distinta suerte: con suavidad o con un buen porrazo según su habilidad.
Volviendo al centro, en Olmos casi Roldán encontramos la capilla Nuestra Señora de los Dolores y Santo Sepulcro y su vía crucis. Unos pocos autoservicios, bares y heladería componían los comercios con que cuenta la localidad.
Nueva Atlantis es un hallazgo para quienes buscan un lugar distinto, con el mismo sabor a mar de los demás pero con espíritu agreste aún.