Llegar hasta el mirador depende de nuestras ganas y tiempo. En bicicleta, en auto o caminando, es uno de los paseos preferidos por quienes visitan la ciudad ya que allí se respira su aire y se siente el silencio de la inmensidad de la meseta patagónica.
Nosotros accedimos al lugar en nuestro auto y estacionamos en la misma zona aplanada de la barda. En seguida sentimos el viento en la cara, característica de la zona que no depende del momento del año o del día.
Una escalinata natural permite ir ascendiendo hacia la roca principal. Los peldaños de piedra están apoyados los unos sobre los otros y hay que fijarse por donde se pisa. Una vez en la parte alta, el paisaje es fantástico y el ángulo de visión es tan amplio que hay que ir moviéndose constantemente para sacar fotografías y contemplar el entorno en 360°.
Como habíamos dado una vuelta por la ciudad, nos entretuvimos tratando de ubicar los lugares ya conocidos mientras apreciamos la cuadrícula de la ciudad con manzanas y calles amplias, propia de un pueblo que desea vivir en calma. Se ve poca vegetación y los árboles de las calles parecen ir progresando de a poco.