A más de 1.200 m.s.n.m., entre los cerros 20 de Febrero y San Bernardo, está el Valle de Lerma y la ciudad de Salta, capital de la provincia y segunda ciudad en importancia del noroeste argentino. El Imperio Incaico ocupó estas tierras desde el siglo XII, procedente de la región del lago Titicaca, y en su apogeo (siglo XV) se extendió por los Andes (norte Argentino) integrando la provincia del Collasuyo. Su dominio se derrumbó con la llegada de los conquistadores españoles, a principios del siglo XVI.
Fueron agricultores y criadores, mantuvieron actividades de telar, alfarería y una tradición musical muy típica con instrumentos como la quena, anata, siku, erke y erkencho.
Las ruinas de Incahuasi, que testimonian su presencia, están situadas en el departamento de Rosario de Lerma -contiguo al de Capital-, a 2.860 m.s.n.m.
Los investigadores sostienen que se trata de restos de una antigua fortaleza que servía para mantener los dominios sobre las tribus diaguitas, atacamas, humahuacas, chiriguanos o lules, construida en tiempos del inca Yupanqui o de su hijo Huaina Capac.
La palabra "salta" tiene dos traducciones más comunes. Una sostiene que significa "lugar lindo, agradable para asentarse", en quechua; otra sostiene que correspondería al nombre de la tribu "sahta" -de la nación chaqueña "Lule"- que habría habitado este valle cuando llegaron los españoles.
Las primeras exploraciones del territorio salteño provinieron del Perú hacia 1535, 43 años después que Cristóbal Colón llegara a América.
En 1550 comenzó la colonización definitiva de una vasta zona que se denominó “el Tucumán”.
El 16 de abril de 1582, Hernando de Lerma fundó, sobre las márgenes del río Arenales, la “Ciudad de Lerma en el Salta” con el propósito de ofrecer defensa y apoyo al comercio y a las comunicaciones de Santiago del Estero con el Perú.
Afirmado en este valle, Lerma aprovechó las vías de comunicación naturales ya usadas por los aborígenes y fortaleció así los dispersos, débiles y escasos núcleos de la población española. Se procuraba formar una red de circulación de hombres, animales, mercancías y noticias que, con eje en Potosí, permitiera la comunicación entre los puertos El Callao (Perú) y el de la recién fundada Buenos Aires.
Asentada jurídicamente, Lerma repartió los solares a los nuevos vecinos con la condición de cercarlos en el término de un año y permanecer en ellos so pena de perderlos. Estos predios pertenecían al Rey, quien delegaba su división y repartición a los gobernadores.
Era difícil la vida en los poblados que comenzaban su existencia. Al día siguiente a la fundación, el gobernador Lerma y el obispo Victoria acordaron dar a este valle el nombre de San Felipe de Lerma en el Valle de Salta. San Felipe, en honor al Rey de España; Lerma por ser el apellido de su fundador.
Si bien el tránsito con Potosí proveía a la ciudad de alimentos, también se hacía presente la hostilidad indígena que limitó su expansión y amenazó su continuidad. No obstante, se mantuvo gracias a su importante función estratégica para el tránsito comercial.
La reducción de la población indígena pudo ser compensada en parte con la introducción de población africana, la cual tuvo su gravitación en la población salteña: en 1778 esta migración y su descendencia componía el 46 por ciento de los habitantes.
Transcurridos los primeros veinte años, Salta tendía a reducirse antes que a crecer. Fueron los indios calchaquíes los que con más crudeza se enfrentaron a los españoles, entre 1630 y 1640.
El equilibrio entre los puertos El Callao, en Perú, y Buenos Aires era difícil e inestable durante la colonia española. En 1776, se estableció el Virreinato del Río de la Plata y en 1784 surgió una nueva Intendencia con capital en Salta.
Después de 1810, la interrupción del comercio con el Alto Perú y la guerra por la independencia produjeron el deterioro de la economía del Noroeste.
La ciudad comenzó a crecer recién cuando llegó la pacificación de la frontera oriental, sellada entre el gobernador español y el cacique de los mocovíes.
Salta empezó a recibir recursos vía pago de impuestos por cada cabeza de ganado en tránsito al Alto Perú.
Durante la guerra de la Independencia, los ejércitos realistas fueron derrotados en Salta (1813) por el general y abogado argentino Manuel Belgrano.
Ubicada entre Lima (realista) y Buenos Aires (independentista), Salta quedó entre dos fuegos y fue la barrera de contención de los españoles que desde el Norte pretendían ingresar a estas tierras.
Güemes fue quien mejor anticipó los tiempos que se venían. Iniciado en la carrera militar e hijo de un importante funcionario español de la Intendencia de Salta, siguió sus estudios en Buenos Aires, donde participó del rechazo a las invasiones inglesas. De regreso a Salta, tras la muerte de su padre, el joven fue destinado a la frontera, destino que le permitió extender sus conocimientos del territorio provincial y mostrar su destreza de jinete y su capacidad de organización y de mando.
Güemes había estudiado los principios de la guerra, pero sobre todo conocía el terreno salteño. La primera gran prueba fue la Batalla de Salta, librada el 20 de febrero de 1813, en la que el ejército, comandado por Manuel Belgrano, derrotó al de Pío Tristán.
Luego, tras la derrota patriota en Sipe Sipe, en el Alto Perú, Salta debió rechazar siete invasiones: este fue el mérito de Güemes y sus "infernales", como se conoció a los gauchos que lo acompañaban.
A partir de 1815, desde el cargo de gobernador civil -tenía 30 años- transformó su poder militar en político y, entre otras decisiones, eximió del pago de arriendos y deudas a quienes participaran de las luchas por la Independencia.
En 1820, mientras estaba en el Alto Perú como general en jefe del Ejército de Observación por órdenes del gral. San Martín, el Cabildo salteño lo depuso. Su presencia y la de 600 lanceros gauchos en la ciudad acabaron con la intentona política. Recuperó el mando y el pueblo lo repuso.
Mientras las fuerzas españolas estaban a la puerta de la ciudad, ingresó una partida en la noche del 7 de junio y desató una lluvia de balas sobre Güemes, quien fue herido mortalmente.
Aferrado a su caballo galopó hacia la Quebrada de la Horqueta, donde agonizó hasta su muerte, el 17 de junio de 1821.
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