Existe un sitio donde las aguas del río se unen con las del mar. Un faro, gigantescas concentraciones de aves en migración, una estación biológica y una historia propia hacen de Punta Rasa un lugar que no se puede dejar de conocer.
Una historia de idas y vueltas
El famoso faro San Antonio fue construido en el año 1890 y puesto en funcionamiento el día 1º de Enero de 1892. La construcción se realizó con un sistema francés denominado “Barnier”, en hierro, con forma de trípode y con una columna central. Su altura es de 58 metros de alto, su escalera principal posee 298 escalones y tiene un alcance luminoso de 21 millas marinas, lo que equivale a casi 38 kilómetros. Hasta el año 1926, el sistema de iluminación funcionaba a querosene; luego se utilizó gas de acetileno hasta el año 1970 y desde allí hasta la actualidad opera eléctricamente prestando servicio al Servicio de Hidrografía Naval de la Armada Argentina.
A partir de 1950, apareció por la zona una comisión de estudios militares que instaló una cuadrilla del ejército con obreros, equipos y campamentos para iniciar la construcción de una base naval submarina. Se trabajaron varios años y se instalaron talleres con equipamiento moderno, usinas eléctricas y una dotación estable de 180 hombres. Se perforó el suelo a una profundidad de 120 metros en busca de agua potable. Al poco tiempo, se instaló una draga de gran capacidad, que formó un canal de entrada a la base y así se continúo trabajando hasta que la revolución del '55 interrumpió todas las obras. Los galpones se desarmaron, las maquinarias fueron retiradas al igual que la draga y la mayoría de los hombres que participaban en el proyecto comenzaron a afincarse en San Clemente.
Casi simultáneamente, se instalaba a unos 500 metros del faro una estación de radar con gran autonomía que cumplía funciones de exploración de la costa sobre el movimiento arenero. Pero después de varios años de actividad, el Ministerio de Aeronáutica levantó todas sus instalaciones.
Un lugar en el mundo
Punta Rasa es uno de esos pocos lugares en el mundo donde se da un curioso fenómeno: el sol sale sobre el mar y se pone sobre el río. Y todo este espectáculo puede verse desde la lengua de arena que recibe el nombre de Punta Rasa y que se interna en el agua para convertirse en el extremo sur de la bahía de Samborombón y en el extremo norte del cabo San Antonio, justo donde se confunden el río con el mar.
Este lugar, donde el viento sopla prácticamente todo el año, tiene el privilegio de contar con gigantescas concentraciones de aves de distintas especies en migración, que llegan desde lugares del hemisferio norte -como Alaska, Canadá o la Península del Salvador- para descansar, engordar y seguir viaje hasta Tierra del Fuego, desde donde inician la vuelta con la llegada del otoño.
Entre estas aves, se destacan chorlos, gaviotas, golondrinas, lechuzas, picaflores, carpinteros, horneros, tijeretas, calandrias, zorzales, siete colores, cardenales y muchas otras que llegan en enormes bandadas y que posan en Punta Rasa antes de continuar su extraordinario viaje.
Este fenómeno ha convertido al lugar en el centro de atención de los más destacados naturalistas y ornitólogos del mundo. Cada primavera, estudiosos provenientes de Europa, especialmente Alemania, y de Estados Unidos llegan a la zona con teleobjetivos y otros instrumentos para aportar su granito de arena a la misteriosa causa de las migraciones, tema que tanto ha desvelado a la ciencia.
Quizás por ello no es de extrañar que junto al faro San Antonio, la Fundación Vida Silvestre ha dispuesto una estación biológica cuya misión es estudiar las especies, mediante procedimientos que comprenden el conteo y anillado, además de proteger el lugar de las incidencias que ocasiona el hombre a veces sin siquiera notarlo.
La conciencia ecologista ha comenzado a afianzarse en nuestro país y la contemplación de estas hermosas aves marinas puede ser el punto de partida para que grandes y chicos incorporen los valores que las políticas de estado de cada país deben fomentar entre sus ciudadanos: el amor a la tierra, al aire, al mar y a los seres que allí se cobijan.
Pero más allá de los aspectos científicos, la presencia de grupos de hasta mil quinientas aves se convierte en un espectáculo inolvidable que nos invita a soñar con ser uno más de la bandada y unirnos a uno de esos fascinantes vuelos de miles de kilómetros. Un sueño del hombre que, aunque pasen los años, seguirá vivo por siempre.