Los cimientos profundos de nuestra cultura se levantan sobre las etnias que conforman el universo indígena argentino prehispánico. El mundo aborigen, que frecuentemente se presenta como un mundo fragmentado de tribus aisladas e ignorantes entre sí, en realidad se caracterizó por su multiplicidad y diversidad, así como por su dinamismo y amplitud.
La ciudad de Victoria fue el hábitat natural de la gran nación chaná, que tuvo una amplia zona de dispersión en ambas costas del Paraná, dividida en entidades: mocoretáes, calchines, quiloazas, corondas, timbúes, caracáes, chanáes y beguaés. Todas compartían una misma base cultural.
Los chaná-timbú se establecieron en las tierras bajas y desarrollaron una modalidad cultural en estrecha relación con el río. Eran avezados canoeros y sus embarcaciones fueron troncos ahuecados de gran porte que cumplían al mismo tiempo funciones de ágiles fortalezas y medio de transporte, con lo cual facilitaban el intercambio con otras etnias.
Conocida como la ciudad de las siete colinas, Victoria está ubicada al Sudoeste de la provincia en medio de las características lomadas y cuchillas entrerrianas.
Los pobladores primitivos tuvieron asentamientos hasta mediados del siglo XVIII.
En 1749, por orden del gobernador de Buenos Aires, se enviaron tropas para ocupar la margen izquierda del Paranacito y fue en las inmediaciones del cerro La Matanza, ubicado entre la ciudad actual y el cementerio, que se libró un cruento combate que culminó con el exterminio de los aborígenes.
Hacia el año 1800 surgió el primer centro poblado, en la zona conocida como Barrio de las Caleras o Quinto Cuartel, denominado La Matanza, en memoria del citado hecho de armas.
En 1806 los vecinos de La Matanza y adyacencias concurrieron a la capilla de Nuestra Señora del Carmen de Nogoyá con el propósito de saludar al obispo de Buenos Aires que recorría la región en visita pastoral. Éste les sugirió la fundación de una capilla u oratorio en razón de la distancia que debían recorrer. Años después se encomendó la tarea a Salvador Joaquín de Ezpeleta quien, en junio de 1809, inició un expediente para erigir la iglesia y la fundación del pueblo.
Es así que en 1820 se nombraron las primeras autoridades de La Matanza: el comandante militar José Albarenque y Antunez y el receptor de rentas Ramón Pereyra.
En 1822 se creó el cargo de alcalde de hermandad, de doble función: judicial y policial. El primer alcalde designado fue José Albarenque y Antúnez.
El 26 de agosto de 1826 se elevó el poblado a la categoría de villa y se llevó a cabo el trazado del ejido y la delineación de las calles.
El 31 de octubre de 1829, por decreto del gobernador Sola, se cambió el nombre de La Matanza por el de Victoria.
En 1839 Juan Lavalle invadió Entre Ríos en su camino hacia Corrientes para derrocar a Juan Manuel de Rosas. Y en abril de 1840 se produjo en Victoria una revolución en adhesión a la campaña de Lavalle. Las fuerzas de Lavalle invadieron la villa y saquearon algunos comercios. Esta revuelta fue sofocada por fuerzas subordinadas a Echagüe.
A partir del año 1850, los alcaldes de hermandad fueron reemplazados por los jueces de paz. El primero en ocupar ese cargo fue José María Gamas.
En 1865 el general Urquiza convocó a los entrerrianos a participar en la guerra del Paraguay. A las órdenes del coronel José María León acudió al campamento de Calá la División Victoria, compuesta por 650 hombres.
El 21 de abril de 1872 se colocó la piedra fundamental del nuevo templo en el lugar donde estuvo el antiguo oratorio. El cura párroco fue el presbítero Pascual Bartoloni.
El 1° de enero de 1873 se instaló la Municipalidad. El primer intendente fue Luis Espíndola e inició sus actividades financieras el Banco Victoria.
En 1899 nació la Abadía Benedictina del Niño Dios, primer monasterio benedictino de Hispanoamérica, con la participación de los sacerdotes Gerardo Harán, Fermín Ospital y el hermano Ildefonso Yrigoyen.
El 25 de mayo de 1902 se inauguró el Palacio Municipal con intendente Luis Bilbao.
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