El tiempo parece detenido en el sopor de la siesta. Los 6.770 metros del cerro Mercedario se apropian del horizonte bajo un cielo que estalla ante los ojos del visitante. Barreal, en el departamento Calingasta, es toda una invitación a los sentidos, un ritual de descubrimiento que no deja de sorprender a todo aquel que lo descubre.
Puerta de entrada a la naturaleza y la historia regional, con sus calles envueltas en la sombra de álamos y sauces y el agua que despliega vida en las rumorosas acequias, tiene todo para ser uno de los centros turísticos más cautivantes de la provincia.
Estratégicamente ubicado a 230 kilómetros de la ciudad de San Juan y a 220 de Mendoza, el pueblo sorprende por su ritual de calma y silencio. Sobre la calle Roca, arteria principal que atraviesa el trazado urbano prolongando las rutas de acceso por el norte o por el sur, se concentran la plaza San Martín, la municipalidad, las oficinas de información turística, la estación de servicio, los supermercados y los restaurantes.
Pareciera que todo está allí, pero el verdadero Barreal se despliega a metros del centro, en la imperdible Calle de los Enamorados, en el intrincado rumbo de callecitas viejas con aroma a pan casero, a casas de adobe y a leyendas de amores prohibidos entre caciques huarpes y doncellas españolas.
Está en el museo regional de don Renzo Herrera (“abierto cuando usted llega”, repleto de una ecléctica y variada colección de piedras, huesos, armas, vasijas y otras sorpresas); en la casa de don Fangao, un hijo de inmigrantes alemanes, viejo sabio detenido en las cosas simples, que diariamente obtiene de sus vacas la mejor leche recién ordeñada de la zona; en la capilla Jesús de la Buena Esperanza, con su Cristo de madera tallada mansamente sentado en la penumbra de la nave central; en la ribera del río Los Patos; en las interminables chacras en las que nogales, membrillos y manzanos forman un disciplinado ejército de sensaciones; en el saludo de su gente, en los diálogos sin tiempo, en la risa de los niños jugando entre las acequias.
Esta es una enumeración de atractivos turísticos que, tomando a Barreal como punto de partida, se abren hacia los cuatro puntos cardinales.
Hacia el norte (a 20 kilómetros, en el pueblito de Hilario), un monumento natural provincial corta el aliento. Se trata de El Alcázar, una formación rocosa que parece besar el cielo alimentando la leyenda de amor que guardan sus piedras. Como la proa de un gigantesco navío, la mole blanquecina rasga el celeste con una arrogancia de siglos.
Unos metros más adelante asoman las chimeneas centenarias de las Ruinas de Hilario, las cuales concentraban la incipiente producción minera que, de la mano visionaria de Sarmiento, se abría en los albores de la historia sanjuanina.
Hacia el sur, la ruta lleva al Barreal Blanco o Pampa del Leoncito (una planicie interminable, de suelo lunar y terrenal espacio para la aventura y el asombro) y el Parque Nacional El Leoncito, custodio de uno de los cielos más diáfanos del país. Allí, en los dominios del suri, el guanaco y el puma, sobresalen dos observatorios astronómicos de renombre mundial.
Al oeste, el río Los Patos empuja las nieves cordilleranas en su tránsito hacia el río San Juan. En el horizonte, la huella sanmartiniana se perpetúa en circuitos como Manantiales, Morrillos, Alvarez Condarco y las Hornillas. Grandes vegas de vegetación rala anteceden la majestuosidad de los Andes y atesoran la memoria de la gesta libertadora.
El este es propiedad absoluta de la sierra del Tontal. Una sucesión de policromías y atardeceres suavizados por el viento y la memoria del agua. Los Escalones y Cerro Colorado son nombres que invitan a cabalgatas, caminatas y ensoñaciones crepusculares.
Suntuosas hosterías, hostels para aventureros, posadas históricas y campings garantizan variedad de alojamiento para todos los gustos. Las clásicas semitas (pan con chicharrón) y la cocina en horno de barro son condimentos ineludibles de una visita. Cochinillos, chivitos, asados, locros, empanadas, conservas, dulces de membrillo, alcayota, nueces y manzanas entrelazan una comida regional basada en lo artesanal, las manos caseras y la leña perfumada.
Claro que no todo es contemplación. La adrenalina encuentra su máxima expresión en las múltiples opciones de turismo aventura que ofrece el lugar: carrovelismo, cabalgatas, montañismo, trekking, mountain bike y excursiones en 4x4.
Empachados de imágenes, lo mejor de Barreal pareciera siempre estar por descubrirse. Entre tantas apelaciones a los sentidos, cada visitante es su propio guía en un universo de sensaciones. Transitando en puntas de pie, sigiloso y atento, el pueblo se apodera de la memoria de las buenas cosas a fuerza de silencio, naturaleza y simplicidad, abrumando las retinas de cielo límpido y el corazón con una paz infinita.