De características imponentes, el paisaje de la región patagónica cuenta no solo con una gran vegetación que tiene como exponentes principales al ciprés y al coihue, sino también con una importantísima fauna, encabezada por el ñandú y el huemul, y en los ríos y lagos de belleza sublime y transparente, por la perca y el simpático huillín, también llamado “gato de río”.
En toda la extensión de esta zona podemos encontrar diversas características paisajísticas, pasando (de este a oeste) de la estepa al bosque y de allí a la selva. Los lugares se hacen más y más atractivos al color de las frutillas silvestres, los frutos del michay, el taique o el amancay. El paisaje, sus colores y su extensión están subrayados por la presencia del cóndor, que vigila y contempla desde las alturas estas riquezas naturales.
La irrupción del hombre en estas tierras hace miles de años está representada por los tehuelches, que llegaron a la zona del Nahuel Huapi luego de las glaciaciones. Más adelante, hacia la segunda mitad del siglo XVII, llegaron los puelches y los pehuenches, y luego los araucanos, que lograron absorber las costumbres y tradiciones de los primeros hasta finalmente extender su cultura por toda la Patagonia, cuando penetraron a través de los Andes hacia el este del territorio.
Fueron los araucanos los primeros que utilizaron los pasos, que les permitirían entrar en territorio argentino a través de la cordillera de los Andes. Les siguieron en su utilización el capitán Juan Fernández, que, llegado desde España, también los usó para alcanzar el brazo Blest del lago Nahuel Huapi, y más adelante los jesuitas, que en el año 1653 los usaron para seguir con su evangelización en esta zona.
Pero fue recién a partir del año 1872 cuando se impulsaron las primeras exploraciones en vistas a lograr conquistar esta zona, por parte de las autoridades argentinas. Finalmente, sobre 1880 el ejército argentino ocupó parte de los territorios indígenas y se adentró al reconocimiento del espacio natural de la región.
Es así como a partir de 1892 fueron llegando los primeros pobladores blancos que, oriundos de Alemania y Norteamérica sobre todo, se fueron instalando en las costas del Nahuel Huapi. Uno de estos inmigrantes alemanes, Carlos Wiederholdt, es quien comienza con el comercio zonal, a partir de la construcción de su casa, donde funcionaba también un comercio, lugar que luego dio paso a la formación del pueblo de San Carlos del Bariloche. Este hombre se dedicó fundamentalmente a la exportación de lanas, cueros, papas y quesos, entre otras mercancías.
Mientras tanto, alrededor del lago Nahuel Huapi los pobladores se dedicaban a la agricultura y la ganadería y junto a lo que hoy es la ciudad de Bariloche crecía el poblado, entre casas y ranchos de madera de ciprés y cohiues. Más adelante, también comenzaron a funcionar los aserraderos, herrerías y tambos, además de comenzar un incipiente intercambio con otras poblaciones de la zona, como Viedma y Carmen de Patagones.
Cuando a partir del 1900 se acerca una nueva corriente migratoria, esta vez desde Suiza, queda conformada la identidad heterogénea de la población zonal (presente hasta el día de hoy), en donde convivían y desarrollaban su vida, sus familias y sus culturas tanto chilotes, alemanes y suizos como indígenas. Siempre impulsados por el trabajo dedicado y esforzado, y haciéndole frente a las grandes distancias entre las poblaciones, los habitantes de esta región se fueron especializando en actividades más particulares y que resultaban de importante valor, como era el caso de los herreros, zapateros, etc.
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