Visitamos la finca de Coronel Moldes, que posee un museo privado del tabaco, elemento ritual de la cultura amerindia y representante actual de la actividad productiva de la región.
Cuando llegamos a Finca Santa Anita, el sol brillaba a pleno en los campos sembrados de tabaco. Salieron a recibirnos Tupac, la rottweiler, y Pumba, el perro pila orgullo de la casa. Atrás de ellos nos dio la bienvenida Carlos Lewis, propietario y actual intendente de Coronel Moldes.
La finca está presidida por una amplia casona antigua, que a fines del siglo XIX funcionaba como posta de arrieros desde la antigua localidad de Guachipas hacia la ciudad de Salta.
Hoy Santa Anita es un emprendimiento agropecuario productivo, rodeado de fincas tabacaleras y cultivos típicos de la zona como la alfalfa, el ají y la virreina. Pero además, desde el '98 la finca se convirtió en hostal que recibe a pequeños grupos de turistas atendidos por los propios Lewis. El proyecto familiar ya cuenta sus méritos, entre ellos, el reconocimiento internacional Slow Food otorgado a Ana Valentina, esposa de Carlos y chef de la Finca, y un premio agropecuario al desarrollo de los recursos humanos.
Ahora, Santa Anita es más conocida por poseer el primer museo de tabaco privado de la región.
Carlos, autodefinido como fumador ritual, intentó rescatar la historia del tabaco como parte de la cultura del pueblo. “Empecé a los 14 juntando cosas de tabaco. Después de años ya tenía una colección que en 1997 me llevó a montar este pequeño museo en un antiguo secadero” confiesa Carlos.
Objeto de culto
En tres estufas de adobe que datan del 1930, se encierra gran parte de la historia del tabaco en Salta.
La primera estufa dedicada enteramente a la etapa precolombina muestra como las culturas amerindias utilizaban el tabaco en sus ceremonias rituales. Carlos nos explica, “fumaban en pipas tabaco con cebil, que era un alucinógeno muy frecuente en sus actos religiosos”. Las pipas que se exhiben fueron donadas por la comunidad wichi. En los textos y la simbología del Popol Wu aparece el tabaco vinculado a los ritos más trascendentes.
La segunda estufa representa la etapa colonial, principalmente el inicio de las primeras tabacaleras. Era la época de Cohiba, la empresa de don Arturo D’Andrea, que también realizaba una mezcla de tabaco con cebil. También figura la fábrica Villagran, una tabacalera originaria del norte muy importante en la zona hasta entrado el siglo XX.
En la misma sala, por una escalera se accede a un pequeño estar para fumadores con revistas y libros especializados que permiten interiorizarse sobre la cultura del tabaco.
La última estufa mantiene las características de las primitivas salas de cultivo y secado de las hojas de tabaco. Y fuera de las salas, una auténtica prensa de tabaco de 1930 preside el galpón junto a otras máquinas relacionadas con el cultivo.
Vida de campo
Pero el museo del tabaco no es todo en la finca. Para los visitantes, además de las caminatas y cabalgatas por las serranías cercanas, la familia Lewis los invita a compartir parte de sus actividades rurales. Uno puede conocer y experimentar cómo se produce el pan casero en horno de barro, ensillar los caballos con aperos gauchos, y ordeñar las cabras para fabricar dulces y quesos.
También se puede ahondar en la historia de la finca a través de una colección de antiguas piezas de recado, herraduras y monedas que datan de la época colonial, cuando Santa Anita era lugar de descanso y camino obligado de los Valles Calchaquíes y Guachitas hacia la feria de Sumalao y Salta.
Nos hubiese gustado recorrer los campos montando algún caballo peruano argentino de paso, pero debíamos seguir hasta el dique Cabra Corral que, en la lejanía dejaba ver su espejo de agua desde la galería.
Cuando nos despedimos de Carlos para continuar camino, prometimos volver para disfrutar de un día de campo en Santa Anita.