Epecuén era la hija más bella del jefe de la tribu. Su belleza hizo que fuera codiciada entre todos los caciques y cuando se supo que aquél que luchara con más valor y audacia se quedaría con su amor, todos los guerreros avanzaron sin temor hacia la batalla. Hubo un hombre que logró llevar miedo a las tribus rivales, cuyo nombre comenzó a conocerse por toda la pampa: era el cacique Carhué. Carhué finalmente conoció a la bella Epecuén y desde ese momento se amaron, se idolatraron y se cortejaron. Se volvieron inseparables. Sólo antes de casarse el destino los separó. Carhué enfermó raramente y Epecuén, desconsolada, en una noche de luna llena comenzó a correr lejos y cada vez más lejos de su tienda hasta que cayó al suelo y de tanto llorar por su amado, sus lágrimas se convirtieron en una inmensa laguna que la fue haciendo desaparecer en su interior. Cuando Carhué se enteró de la suerte corrida por su amada, pidió que lo trasladasen hasta el lugar, a donde llegó ya sin poder caminar por sí mismo. Carhué encontró la pequeña laguna, formada apenas unas horas antes, y se introdujo en ella sintiendo la voz de Epecuén. Creyó ver su bello rostro en esas limpias aguas. El milagro sucedió de inmediato. Carhué se había curado. Desde entonces, el lago se llama Epecuén y continúa haciendo milagros con sus aguas sanadoras.