Desde afuera, sólo es posible observar un tupido y cerrado bosque de coníferas de un fuerte color verde oscuro. Dos construcciones de madera vieja y gastada, que durante el verano conforman un paseo de artesanos donde se venden gemas y artesanías de madera, son la puerta de entrada a un lugar que a simple vista no tiene nada de enigmático.
Sin embargo, la gran cantidad de turistas anuncian que estamos en el lugar indicado. El cartel amarillo de la entrada avisa que no se pueden cortar ramas y que hay que respetar y cuidar el lugar.
Mientras me apresto a entrar en el bosque, una mujer de avanzada edad, con un rostro bastante especial y llamativo cabello blanco me avisa que el lugar está encantado y que ella y su marido, desde hace años, han pasado a formar parte de los habitantes estables del bosque.
El relato me asombra y, aunque poco creo de lo escuchado, me muestro inmutable para ver si logro obtener un poco más de información del lugar. La mujer, al darse cuenta de que estoy interesado, prosigue: “Aquí han venido de todas partes del mundo, curiosos, artistas, psiquiatras, científicos locales y hasta incluso gente de la NASA. La mayoría viene porque trata de entender lo de las ramitas y todos hablan de magnetismo, pero en realidad nadie tiene la verdadera explicación de lo que aquí ocurre. Yo pienso que aquí hay extraterrestres e incluso me parece que detrás de esos árboles estacionan sus naves.”
Luego de escuchar la historia, decidimos entrar al bosque con la cámara de fotos para dejar cuenta de cada una de las experiencias. Quien me acompaña no puede dejar de ocultar su risa y, por momentos, yo mismo soy cómplice de sus chistes. Sin embargo, lo que empezamos a ver nos sorprende totalmente y logra acaparar nuestra atención.
A medida que se avanza, el lugar se vuelve totalmente oscuro y la luz solar no encuentra forma de penetrar en el bosque, ni siquiera al mediodía, cuando el sol está arriba. Reinan el silencio y la oscuridad, los olores silvestres, la frescura y la humedad, pero lo que más nos llama la atención es ver los árboles. Crecen de costado, totalmente inclinados, y se cruzan entre sí, por lo que cuando se mira hacia arriba, el techo natural está plagado de ramas que se cierran unas sobre otras. En tierra, por el contrario, queda formado un gran círculo, delimitado por estos extraños pinos.
Hacemos lo que hacen todos los que visitan el bosque: buscamos en el suelo una pequeña rama (las hay por todos lados) y la clavamos verticalmente en el centro que forman los árboles. Luego tomamos otra y la apoyamos en forma horizontal sobre la primera, de modo que quede formada una “T” entre las dos. Y ante nuestra incrédula mirada sucede lo inesperado: la última ramita se mantiene haciendo equilibrio y no se cae. Durante varios minutos repetimos el acto con ramas de distintos tamaños y formas, y siempre ocurre lo mismo: se mantienen sin caerse.
Nuestra hipótesis racional sobre el fenómeno es que una especie de magnetismo se apodera de la situación y, como si se tratara de dos imanes naturales, ambos palitos se atraen entre sí. Ahí recordamos el último consejo que nos dio la mujer antes de entrar, que consistía en tocar los árboles para cargarnos de energía y luego acercar nuestras manos hacia la “T” formada por las ramas. Al hacer esto, la rama que se encuentra en posición horizontal comienza a oscilar y gira de un lado al otro sin caer de la que la sostiene.
Sorprendidos, sacamos fotografías de lo ocurrido y nos lamentamos por no tener a mano una filmadora. Caminamos un largo rato por un paisaje extraño y llamativo a la vez, que posee sonidos propios y también produce sensaciones especiales a la vista.
No vemos ni enanos, ni gnomos, ni figuras luminosas, como muchos folletos de la zona aseguran que les ha ocurrido a “personas cuya seriedad está fuera de toda duda”. Tampoco encendemos radios dentro del bosque para comprobar su funcionamiento, ni escuchamos sonidos aterradores. Nuestros relojes siguen funcionando normalmente.
Nos cuentan luego infinitas historias sobre el lugar. Por ejemplo, que en el año 1954 la comunidad científica internacional se acercó hasta el bosque, o que personas con problemas de salud han encontrado dentro del bosque su cura, o que hay quienes aseguran haber tenido contacto con seres de otros planetas.
Las diversas hipótesis que han querido explicar el fenómeno de las ramitas son muchas, desde la presencia de un meteorito enterrado, hasta la existencia de flujos telúricos, ionización ambiental, energía cuántica y hasta la antigua existencia de un cementerio indígena. Lo cierto es que el bosque energético existe y “lo de las ramitas”, como aquí llaman al fenómeno, es algo real, verificable con los ojos de cualquier humano.
Científicos del mundo de la física como Lord Kelvin, Rutherford, Albert Einstein y Planck, recorrieron el bosque y no pudieron revelar sus secretos. Las causas, más allá de las deducciones lógicas que hacen los visitantes, siguen siendo un verdadero misterio. Quizás, esta incertidumbre sea otro de los motivos para visitar al misterioso bosque. Incluso hacerlo de noche es algo que se puede tornar fascinante.