El Puente Viejo de Areco es uno de los íconos más pintorescos de la ciudad. Su historia es bastante singular y las malas lenguas aseguran que allí nacieron los peajes.
Ya Ricardo Güiraldes en su Don Segundo Sombra hizo referencia a este bello y pintoresco puente: “En las afueras del pueblo, a unas diez cuadras de la plaza céntrica, el puente viejo tiende su arco sobre el río, uniendo las quintas al campo tranquilo”.
Este texto, publicado en el año 1926, describe una situación que no dista mucho de lo que hoy encuentra el visitante cuando mira el río. Con la diferencia de que ahora el viejo puente se encuentra hermoso, de un rosa radiante que refleja su silueta en las aguas del fiel río Areco, donde, al igual que hace cien años, los caballos paran a tomar agua y los gauchos, a hacer su descanso si el viaje es largo.
Manos a la obra
El puente nació en el año 1857 y, según anécdotas de la época, por momentos allí se cobraba una colaboración para ver quién pasaba y quién no. Lo cierto es que por el puente pasaron las personalidades más pintorescas y reconocidas de la época hasta que comenzó a deteriorarse y debió dejar de ser utilizado por inseguro.
Pero en el año 1999 las autoridades de San Antonio de Areco comenzaron a pensar en cómo hacer para que el puente se restaurara y volviera a ser utilizado por los locales y visitantes que recibía la ciudad. Surgió la idea y el puente fue declarado Monumento Histórico Nacional, y desde ese nombramiento, las autoridades y vecinos comenzaron la difícil tarea de conseguir fondos.
Los directivos de la firma Techint, especializada en obras viales, se encargaron no solo del financiamiento sino también del aporte técnico y la restauración, la cual debió ser integral en toda su estructura.
Un monolito recuerda este acontecimiento y en nombre de la comunidad arequeña da las gracias a quienes con su esfuerzo y constancia lo hicieron posible. Hoy, gracias a ello, el puente volvió a ser uno de los atractivos turísticos del pueblo.
Ahora, a disfrutarlo
Del otro lado del río, o de este, se encuentra la piedra que homenajea al escritor Ricardo Güiraldes y que marca el camino al Museo y Parque Criollo homónimo. Pero más allá de lo que existe en sus orillas, el puente ya es un atractivo por sí mismo y logra acaparar las miradas de todo aquel que camina por la costanera local.
Tanto las caminatas y las bicicleteadas como las cabalgatas en grupo lo buscan en todos los casos para pasar al otro lado y la sensación de subirlo mientras se observa desde arriba las aguas del manso río Areco es única.
Hay quienes han instalado la idea de que tirar monedas desde allí hace cumplir deseos, por lo que varias parejas jóvenes y no tan jóvenes sacrifican algunas para que un sueño se les cumpla.
Las noches de verano y de luna llena se lo utiliza como lugar de encuentro de varias generaciones. Los más jóvenes, para juntarse antes de salir a bailar o a tomar algo, los más viejos siguen mirando el río con los mismos ojos y sueños con que lo vieron siempre.