Visitamos un desierto de sal a escasos kilómetros de la capital puntana. Un lugar donde la naturaleza nos invita a deslumbrarnos con su belleza y el silencio es el dueño indiscutido de la región.
Nos enteramos de que a 35 kilómetros de la ciudad de San Luis se encuentra un espectacular desierto blanco de sal, formado por la laguna del Bebedero. Sin dudarlo, nos dispusimos a conocer este particular circuito, donde la belleza escénica del lugar seguramente nos cautivaría. En otra ocasión había visitado las Salinas Grandes de la provincia de Jujuy, por lo que tenía la impresión en mi memoria de lo que allí podría encontrar.
Abandonamos la capital puntana por la ruta nacional 7 con dirección a Mendoza. Tras recorrer unos 20 kilómetros aproximadamente doblamos a la izquierda, tomando la ruta provincial 15, que nos llevaría hasta la entrada misma de las salinas.
Ni bien llegamos al lugar, fuimos recibidos por grandes montañas de sal que se distinguían de su entorno por su particular color blanco. El cielo totalmente despejado ayudaba a que el sol aumentara su luminosidad después de entrar en relación directa con las parvas de sal.
Este importante yacimiento de cloruro de sodio surgió porque en la región se encuentra una depresión tectónica de la era Cenozoica, enmarcada por cuatro fallas geológicas. Hace millones de años, las grandes lluvias llevaron sus aguas a esta depresión dando forma a una inmensa laguna de aguas salubres. Al evaporarse el agua, debido a las altas temperaturas, dejó tras de sí la cristalina sal al ras del suelo en estado sólido. Por esta razón las salinas del Bebedero presentan todo su esplendor en el invierno, luego de las grandes temperaturas del verano, cuando alcanza a cubrir una superficie de 5 kilómetros de ancho, por unos 15 de largo.
La inmensidad del salar conforma un espectáculo en sí mismo. Transitamos por el espacio blanquecino reparando en su contraste con el cielo. Subimos las montañas de sal para aumentar nuestra perspectiva y así encontrar el color rosado de la laguna que le da nombre al lugar. Vagabundeamos sin rumbo entre los inmensos médanos de sal, donde la cámara fotográfica intentó plasmar el particular momento, entre saltos, corridas y descansos reparadores. El silencio, dueño indiscutido de la región, parecía más intenso a medida que permanecíamos en el albo escenario que nos remitía a otro planeta. Una sensación de paz y tranquilidad se adueñó de nosotros y por un momento sentimos que estábamos absolutamente solos en el mundo.
Luego de unos instantes de sosiego, nos dispusimos a saber más sobre las salinas y su uso industrial. Para ello, nos dirigimos hacia la entrada, donde se encuentra la planta de procesamiento de la marca Dos Anclas. Nos invitaron a observar el proceso de producción de sal comestible, que se inicia con una etapa de estacionamiento y depuración natural en gigantescas parvas, para luego pasar a la etapa de lavado y centrifugado y finalmente ingresar al circuito de secado y almacenamiento en grandes silos.
Aprendimos que la sal que se obtiene posee múltiples usos, además del habitual consumo hogareño. Se la puede utilizar para la fabricación de embutidos, chacinados, teñidos de fibras, refinación de aceites, fabricación de detergentes y jabones, entre otros usos. Tras la elocuente explicación por parte de los especialistas, dimos por culminada nuestra visita al lugar.
Antes de partir, una mirada más a la infinita salina fue suficiente para guardar la brillante imagen para siempre en nuestro interior. De esta manera nos dimos cuenta de que existen muchas opciones para alimentar los sentidos y el espíritu viajero que nos moviliza. Sin duda, una de ellas lo fue la interesante visita a las Salinas del Bebedero.