Basta con preguntar sobre él para que la memoria colectiva rosarina comience a funcionar y a recitar: “Yo lo conocí, era el más grande”, “Único, el mejor de todos los tiempos, nunca estudió un libreto, inventaba todo”, “Volvía a Rosario todos los años a encontrarse con los suyos”.
Los mitos y leyendas muchas veces son acompañados por fotos donde se ve al negro Olmedo disfrazado de capitán Piluso posando junto a niños que hoy ya son adultos. Muchos, quizá quienes reían a carcajadas con sus interpretaciones, todavía no pueden entender el porqué de su fatídica partida, como si se tratase de un chiste que todavía no ha tenido explicación.
Sin embargo, su inolvidable sonrisa y su pinta de buen tipo perduran en la memoria de todos los que lo conocieron, ya sea personalmente o a través de la TV, y han logrado materializarse en el bronce en un monumento que lo recuerda feliz, esperando a quien quiera sentarse junto a él. Su figura, pelada y sonriente, luce intacta sentada en un banco de plaza en el que todos los días decenas de visitantes se toman una foto.
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