Son sólo 30 los kilómetros que separan a la ciudad de Tigre del Obelisco porteño.
El nombre del partido está asociado al yaguareté, uno de los felinos americanos más voraces que habitó estas islas hasta que fue desplazado por los cazadores que lentamente lo fueron extinguiendo.
En 1611, el Cabildo pidió informes al administrador sobre labranza de tierra para el cultivo de trigo y éste le envía los nombres de quince agricultores residentes en la zona.
De esta manera nació el "poblado" que de allí en adelante creció y se afianzó social y económicamente. Las primeras familias que se instalaron en las islas vivían de los productos que ellos mismos cultivaban y cosechaban.
Hoy la ciudad de Tigre se ha transformado en un punto ineludible para propios y extraños.
Pero más allá de todas las actividades que pueden desarrollarse, es justo mencionar que su principal atractivo es el reconocido Puerto de Frutos. Ingresar al Puerto de Frutos es instalarse en un mundo diferente, casi mágico.
El puerto tiene tres dársenas. Desde la primera, parten a diario excursiones por el Delta en catamaranes. En la dársena central se concentran las lanchas-almacén que abastecen a los habitantes de las islas con los más variados productos. En la última dársena se descargan los barcos fluviales madereros que llegan cargados de troncos de sauce y álamo provenientes de las islas forestales del Delta. En el seno del puerto está el mercado al aire libre cuyas calles se visten de colores a través de los rústicos tejidos.
Muebles, adornos y accesorios fabricados en caña y mimbre, deliciosos dulces y mieles caseras, flores brillantes y, por supuesto, toda la variedad de frutas locales conviven en absoluta armonía.
Pero todos quieren ir “isla adentro”. En las islas, en sus muelles y en sus casas se encuentran los verdaderos secretos de cómo se vive todos los días y como se duerme todas las noches
Algo único, distinto a todo lo que se imagina en "tierra firme", como le dicen los isleños al continente.