De compras en el Puerto de Frutos de Tigre

Un sábado por la mañana, partimos tempranito hacia la localidad de Tigre. Desde el barrio bonaerense de Olivos, abordamos el trencito de la estación Maipú del Tren de la Costa.

Simpáticos vagones con grandes ventanales panorámicos transitan las vías que van casi bordeando la costanera del río de la Plata. En el trayecto, pasamos por los “paquetes” barrios de La Lucila, Martínez, Acassuso, San Isidro, Becar y San Fernando. De esta manera el paseo comenzó apenas subimos al tren, descubriendo al andar distintos rincones, clubes náuticos, paradores, bares, restaurantes, sendas para correr, andar en bicicleta y patinar.

Al arribar a Tigre caminamos unas pocas cuadras; así hallamos las tres dársenas del puerto de frutos.

En la primera que recorrimos, una gran variedad de barcazas colmadas de troncos de álamos llamaron notablemente nuestra atención. Por el exceso de peso casi quedaban sumergidas sus cubiertas. Las líneas de flotación estaban al borde, generando la sensación de que en cualquier momento se iban a hundir. Un par de trabajadores del puerto nos explicaron que el destino final de estos troncos es la confección de cajones para estibar frutos del propio delta.

Con un poco de suerte, uno se puede topar con algún artesano moldeando una pieza de madera.

Luego de sacar varias fotos, pegamos la vuelta y llegamos así a la segunda dársena. Extensas escalinatas de hormigón descendían a lo largo del canal permitiendo apreciar un sinfín de lanchas techadas, pero con sus laterales descubiertos, para poder comercializar así coloridos frutos y llamativas plantas, ambas provenientes del litoral argentino.

Más allá de la venta ambulante que se realiza en el puerto, estas lanchas proveen de alimentos a los habitantes de las islas, circulando cotidianamente por los canales del delta.

En un descanso que nos tomamos para tomar un respiro, sentados apreciando el entorno, notamos que varios chicos acompañados por su abuelo probaban suerte con la pesca. Con una rudimentaria caña y una boyita esperaban pacientemente el pique de algún pez.

A nuestras espaldas, escalinatas arriba, descubrimos clásicos depósitos donde comercializaban artículos de mimbre, madera y caña. Diversos tipos y tamaños de cestas, sillones, repisas, artículos para cocina y jaulas para pájaros, entre otros, decoraban estas pasarelas.

Ya más cercanos al mediodía, caminamos por la última dársena. Paseos de compras más armados, negocios de decoración para el hogar, accesorios, muebles y productos regionales se fusionaban entre sí a lo largo de nuestro andar.

Desde esta última dársena, zarpan diariamente lanchas colectivas y catamaranes que navegan paseando por los canales de este exuberante delta.

Por otro lado, a la hora de tener un poco de apetito, buscamos dónde almorzar. Varios restaurantes y confiterías cuentan con amplias terrazas que dan su vista al río Luján.

El abanico gastronómico es amplio: desde menús económicos hasta sabrosas carnes asadas a la cruz tientan a cualquier visitante.

Como recomendación, si uno decide visitar el puerto de frutos, es ideal hacerlo temprano, ya que a medida que transcurre la jornada el número de personas se va incrementando, como así también la cantidad de automóviles que buscan dónde estacionar.

Como una opción más económica, se puede llevar una vianda y comer sentados con los pies colgados mirando el río Luján.