Por años sumergida, el retroceso parcial de las aguas hizo de la Villa Lago Epecuén un nuevo circuito turístico. Postales de un paisaje extraño y fascinante a la vez.
Árboles secos aún en pie y casas vacías son lo único que asoma sobre la superficie uniforme del espejo de agua, lo poco que quedó a la vista de la pujante Villa Epecuén: un pueblo que, en plena actividad turística, debió ser abandonado por el avance de las aguas del lago.
Mientras salimos de Carhué, vemos una hilera de árboles blancos que marca lo que fue la avenida Colón, hoy sumergida bajo las aguas salobres, como un presagio de lo que veremos en la villa inundada, nuestro destino, apenas a unos doce kilómetros de distancia.
Entre las calles: el agua
Nos acercamos a las primeras manzanas de la villa y las calles se continúan como avenidas de agua entre las casas semi sumergidas. De las paredes derruidas y los techos crecen plantas tupidas como demostración de lo efímeras que son las obras del hombre frente a la naturaleza.
Sobre lo que fue la calle Alvear, la playa de estacionamiento de la vieja terminal de ómnibus parece esperar el regreso de los miles de turistas que poblaban los balnearios, visitaban los complejos termales y se hospedaban en lujosos hoteles como el Venecia, cuyas ruinas se ven a solo una cuadra de la ex terminal.
Los visitantes comenzaron a llegar cada vez en mayor cantidad a partir de la década del treinta atraídos por las aguas que aliviaban los dolores reumáticos, la artritis y los problemas de la piel. Entre 1960 y 1970, la villa Epecuén llegó a contar con 5.000 plazas estables y cientos de comercios, y recibía más de 25.000 turistas por temporada. Pero pronto los sueños de todo el pueblo iban a quedar cubiertos por las aguas.
Hoteles vacíos y campanas en silencio
Junto a la orilla coronada de espuma salitrosa, nuestro guía señala hacia un punto en el lago. Allí, a cuatro metros de profundidad, se encuentran las ruinas de la capilla Santa Teresita. Su gran campana fue rescatada por un grupo de bomberos buzos en 1991. Ahora es exhibida en la parroquia de Carhué, ya muda, después de haber sido tañida en la Villa Epecuén por más de 50 años.
Muchos de los hoteles y edificios importantes que hoy se encuentran en ruinas pueden apreciarse en todo su esplendor en las viejas fotografías de la villa que se ven en Carhué. No es el caso de la antigua estación ferroviaria: construida sobre un terreno más elevado, se mantuvo intacta frente al avance de las aguas.
Recipiente final de un grupo interconectado de lagunas llamado Sistema de Lagunas Encadenadas del Sudoeste, el Epecuén aumentaba o disminuía su tamaño cíclicamente, de acuerdo con la cantidad de lluvias en la región.
En 1978 se encararon obras de hidráulica para subsanar esta variación y abastecer con un volumen constante de agua la villa turística. A causa de estas obras, en 1985 se produjo un crecimiento muy grande del lago que sobrepasó el nivel del terraplén de contención y dejó a más de medio pueblo sumergido.
Hoy, las casas en ruinas, los árboles muertos de pie y los hoteles fantasmales de la Villa Lago Epecuén constituyen un atractivo turístico atípico, fascinante y conmovedor a la vez. Pero siempre la vida da revancha.
Carhué, la ciudad termal más grande de la provincia de Buenos Aires, se encuentra cada día más linda, con una historia y un futuro cada vez más prodigioso.