Volar sobre Carhué es una experiencia inolvidable para quienes quieran tener un punto de vista privilegiado de este hermoso paraje a orillas del inmenso lago Epecuén. Se garantizan adrenalina y fotos únicas.
El sereno Aeroclub de Carhué se encuentra en la afueras de la ciudad, a tan sólo 5 minutos de ella.
Allí, todos los días del año se realizan excursiones con aeronaves de pequeño porte y pilotos profesionales matriculados que llevan a los visitantes a realizar vuelos de bautismo en la zona sobre la misma ciudad de Carhué, el lago Epecuén, observando desde el aire las formaciones de Sierra de la Ventana y Pigüé.
Ideal para volar
Las avionetas reposan al sol como pájaros dormidos. El hangar está tranquilo y las veletas que indican la dirección del viento se agitan levemente con la brisa matinal de un día que promete ser espléndido.
El calmo paisaje arbolado se despereza con las primeras explosiones del motor. Pronto, la hélice gira tan rápido que se vuelve casi invisible. La pequeña avioneta, luego de saber que todo está despejado, comienza a avanzar por la pista.
A medida que aceleramos, la nariz del avión se levanta y sentimos como si todo el aeroplano hiciera fuerza por desprenderse del suelo. Estamos por despegar, lo sentimos…
Inclinándonos cada vez más hacia arriba, finalmente damos el salto y las ruedas traseras se separan definitivamente de la pista. La sensación de volar en avioneta es fabulosa, se disfruta mucho más que en un vuelo de aerolínea.
Rodeada por campos y por la vasta orilla del lago Epecuén, la ciudad de Carhué disminuye de tamaño a medida que nos elevamos. Entre sus cuadriculadas manzanas distinguimos rápidamente la plaza central, la catedral, la inconfundible torre de estilo art decó del palacio municipal y sus principales calles y avenidas salpicadas de verde.
Sobre calles de sal
Después de hacer un recorrido sobre la ciudad, el piloto pone rumbo hacia el lago Epecuén.
Ascendemos hasta que las casas de Carhué se hacen muy pequeñas y desde allí apreciamos la inmensidad del espejo de agua que se extiende por más de dieciséis mil hectáreas y está conectado con el resto de las lagunas de la región.
Sobrevolando la orilla, nos acercamos a lo que fue la villa turística Epecuén, hoy semisumergida por un aumento del volumen del lago en 1985. Vistas desde la altura, sus casas erosionadas se asoman blancas sobre la superficie, como una fantástica ciudad de sal disuelta de a poco por las aguas.
Rápidamente, el piloto observa una bandada enorme de flamencos rosados y el avión se desvía para poder ver su vuelo. “Son más de doscientos”, nos cuenta entusiasmado mientras desde dentro vemos asombrados este espectáculo de sombras y colores.
El sol comienza a caer en el horizonte y nos regala un atardecer mágico. Emprendemos la vuelta. El perímetro verde del aeródromo se hace cada vez más grande. Planeando sobre la pista como un ave liviana, la avioneta carretea con delicadeza y rueda alegremente hasta el hangar.
Nos despedimos de nuestro piloto y del resto que se ha acercado hasta allí para saludarnos. Luego de pisar tierra firme, observamos un grupo de pequeños aviones que sobrevuelan nuestras cabezas y son comandados por hombres y jóvenes para quienes esto resulta un hobby.
Vemos como sus aviones a control suben y bajan una y otra vez, y luego de felicitarlos por su deporte, emprendemos la vuelta a la ciudad. Ahora, el camino que no duraba más de 5 minutos nos parece eterno. Nos quedan las fotos, las imágenes que pudimos tomar a vuelo de pájaro. Volar en Carhué es único, solo hay que acercarse hasta el aeroclub para hacerlo realidad.