Visitar la Ciudad Perdida y al Cañón Arcoiris es una de las excursiones preferidas dentro del parque nacional Talampaya.
Dentro del Parque Nacional Talampaya hay dos seccionales de guardaparques que ofician de entrada. Sobre el río Gualo se ubica la seccional Gualo, en el kilómetro 134 de la ruta nacional 76, a 500 metros de la oficina de informes de Ciudad Perdida.
Para visitar la famosa Ciudad Perdida es necesario contratar un guía oficial en la entrada. Estos paseos cuentan con vehículos 4x4 propios y duran de 3 a 4 horas, según las condiciones climáticas y las ganas de conocer del grupo que se arma en cada excursión.
Quienes lo quieran realizar con su propia camioneta lo pueden hacer, pero deben contratar obligatoriamente los servicios de los guías para evitar perderse, ya que el parque es muy amplio.
El recorrido es relativamente corto. A los 3 kilómetros se dobla a la izquierda por un sendero de tierra roja que conduce hacia uno de los sectores menos conocidos del parque.
El camino serpentea por este desierto que hace 225 millones de años era un bosque tropical con grandes lagunas y una nutrida fauna autóctona, según nos fue contando nuestro guía. La camioneta comienza a recorrer un lecho seco, en este caso del río Guabo, que forma una verdadera autopista de arena de dos kilómetros de largo.
“Talampaya” significa “río seco del tala”: el nombre con el que los pueblos originarios bautizaron la zona da cuenta clara de que estos ríos permanecen secos durante gran parte del año y que solo se vuelven ríos cuando llueve, lo cual ocurre muy poco. Por eso, se los usa como caminos para llegar de un sitio a otro.
Cuesta creer que por allí hace millones de años transitaron los primeros dinosaurios: en el parque se descubrió el Lagosuchus Talampayensis, uno de los más antiguos del planeta.
Mientras nos dirigimos a la Ciudad Perdida, allá a lo lejos divisamos una formación rojiza que se conoce popularmente como Los Chapares y que forma parte de la cuenca del Ischigualasto, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Luego de recorrer 15 kilómetros más por el lecho seco, estacionamos a la sombra de un viejo algarrobo. Allí comenzamos la caminata, un breve trekking. Al llegar al punto más alto del camino, se abrió frente a nosotros un inesperado cráter al ras del suelo, cuyo diámetro de tres kilómetros alberga lo que se conoce como la Ciudad Perdida.
Tal como lo describió Borges: “al pie de la montaña se dilataba sin rumor un arroyo impuro, entorpecido por escombros y arena; en la margen opuesta resplandecía la Ciudad de los Inmortales”.
Algunos viejos pobladores, los de edad más avanzada, dicen que Borges estuvo allí. Otros aseguran que no, pero que el relato de periodistas especializados en turismo de aquella época llegó al gran escritor y que tuvo en cuenta este paisaje para hablar de la Ciudad de los Inmortales.
Sorprendidos por el inesperado descubrimiento, nos ubicamos en un mirador natural para observar el panorama desde el borde del cráter, que en verdad es una gigantesca depresión formada por los movimientos tectónicos que llevaron el terreno hacia abajo.
Difícil describirla, pero a nuestros pies se desarrollaba un complejo laberinto de recintos de arena y formaciones que se asemejaban a los restos de una ciudad fantasma destruida por una lluvia de meteoritos.
En su centro, la Ciudad Perdida tiene una formación basáltica de color oscuro que forma una pirámide casi perfecta llamada Mogote Negro.
Una vez deambulando por los interiores de la misteriosa Ciudad Perdida, recorrimos sus entrañas por una serie de senderos naturales que son los cursos secos de las caprichosas corrientes de agua que se forman en el interior de este cráter en épocas de lluvia. A pesar de su corta existencia, los cursos de agua van cambiando periódicamente la forma del laberinto y esculpen extrañas formas dignas de un calidoscopio.
Nos encontramos frente a un frágil mundo de esculturas de arena que sobrevive el paso del tiempo desde la época de los dinosaurios. Aquí, formaciones como El Anfiteatro o Los Lagartos son algunos de los íconos más representativos.
Este paisaje difiere bastante de la imagen tradicional que uno tiene del parque nacional Talampaya. Por empezar, los colores son más suaves y el rojizo se torna rosado. Además, hay otros colores, como ciertos tonos verdosos y blancuzcos que predominan en algunos paredones.