La ciudad de Paraná es una agradable combinación de historia, naturaleza y actividades culturales que hace que una breve visita sea suficiente para enamorarse de ella y desear quedarse mucho tiempo más.
Al caminar por las calles de su centro cívico o recorrer el puerto viejo, los ondulados senderos y los barrancos arbolados que dan a la costa, uno se da cuenta de que el río es una presencia inseparable de la vida y la gente de Paraná, la capital de Entre Ríos.
Tres siglos de historia
Nuestro recorrido comienza en el centro de la ciudad, en la plaza 1º de Mayo, entre las calles Urquiza y la peatonal San Martín.
Este espacioso parque fue el sitio de emplazamiento del primitivo fuerte que dio origen a la ciudad. Allí vemos el monumento al Libertador y un gran estanque de agua que, según nos cuentan, era el centro de reunión de los paranaenses del siglo XIX.
Frente a la plaza se destaca, inconfundible, la Catedral Metropolitana. Tiene dos altas torres con campanario, una cúpula y una hermosa fachada de estilo renacentista. Supimos que en su pila bautismal fue bautizado el padre Ceferino Namuncurá. También nos cuentan que la primera de las tres iglesias que allí se construyeron, allá por 1730, era una humilde capilla de paja y barro traído del río.
En los alrededores de la plaza central hay otras bellas construcciones. Junto a la catedral funcionó el Senado de la Confederación Argentina, en el edificio que hoy es el colegio Nuestra Señora del Huerto. Allí, en tiempos en que Paraná fue sede del gobierno nacional, trabajó como taquígrafo José Hernández, autor del Martín Fierro.
En la intersección de Urquiza y Monte Caseros, vemos una construcción muy particular, con una torre, un reloj y un campanario de hierro forjado. Es en donde a partir de 1890 funcionó la Casa del Pueblo, el edificio del Palacio Municipal.
Doblamos por 25 de Mayo hacia la peatonal San Martín y sus galerías comerciales. En la esquina, nuestra atención es robada por dos mascarones de mármol con forma de cabeza de león: es el edificio del Correo Argentino, en cuyo solar estuvo la residencia del general Urquiza.
Un balcón sobre el Paraná
Después de comprar unos recuerdos en la peatonal, subimos a la “combi” y hacemos algunas cuadras hasta unas frescas y arboladas barrancas. Cubriendo el desnivel natural que separa la ciudad de la costa, el Parque Urquiza es una extensión de 44 hectáreas de naturaleza, añejos senderos de piedra, escalinatas y fuentes: un balcón verde sobre el vasto y soleado río.
En las playas y complejos que dan a la avenida Costanera, el río es siempre el protagonista. Se puede realizar una gran variedad de actividades como natación, windsurf, esquí acuático, wakeboard y paseos en lancha. La costa es muy linda y concurrida y es imposible no distraerse con la belleza y simpatía de las paranaenses.
Hacia el sur, en la zona de Paraná Antiguo, llegamos al Puerto Viejo. Este fondeadero funcionó como puerto de comercio exterior desde 1822 hasta 1904. Aún están las construcciones de lo que fue el antiguo barrial del puerto, con sus molinos, caleras, posadas y fondas.
En el Club de Pescadores, junto al puerto, los devotos del río se abocan a la tarea de robarle alguno de sus exquisitos tesoros. Desde el muelle la pesca es variada, pero si alguien desea capturar los más grandes —el surubí y el dorado— también es posible contratar guías y servicios de embarcado.
La ciudad que ama el río
Ya cerca del final, pero aún con muchos deseos de conocer, nos detenemos en uno de los restaurantes de nivel internacional, que se especializa en platos típicos. Después de una opípara comida de río, la “combi” nos lleva hacia la zona del Puerto Nuevo, con sus boliches, pubs y el corsodromo.
Como broche final para este tour por la ciudad que ama el río, nuestro vehículo se sumergió casi por debajo de las aguas y realizamos un vertiginoso paseo subacuático por el Túnel Subfluvial Hernandarias que conecta Paraná con la vecina ciudad de Santa Fe. ¿Qué más se puede pedir?