En kayak por el alto delta del río Paraná nos dejamos seducir por el paisaje de las islas ubicadas frente a la ciudad. Conocimos un ecosistema con una biodiversidad única en el país, que casi no sufrió modificaciones por la acción del hombre.
El Paraná, uno de los ríos más caudalosos y extensos del mundo, tiene la particularidad de correr encajonado entre las altas barrancas que lo circundan. Al norte de Rosario, aguas arriba, el río comienza a abrirse en un delta, alcanzando un ancho de hasta cincuenta kilómetros frente a la ciudad.
Esta característica del río hace que sobre sus márgenes se encuentren centenares de islas que permiten disfrutar de amplias playas de arena fina, brindando un escenario natural único para la contemplación o el descanso, a la vez que se puede practicar deportes náuticos por los canales que se forman.
Bajo esta indiscutida premisa decidimos conocer el río desde “adentro” y por ello contratamos los servicios de un operador turístico especializado, que prometía mostrarnos en una tranquila y entretenida excursión en kayak, los encantos de las islas ubicadas frente a la ciudad.
Desde el centro de la ciudad nos trasladamos hasta Weir, el local comercial que posee Marcela Luciani, donde se construyen kayaks a pedido y se comercializan productos relacionados con la actividad.
Como el contacto lo habíamos realizado por vía telefónica, ya nos estaban esperando. Luego de conocer a Marcela –quien sería nuestra guía durante la travesía– nos detuvimos unos instantes en el show room para observar los distintos modelos que allí se fabrican y los elementos que conforman el equipamiento básico que se necesita para salir a remar.
Fuimos provistos de ropa de neoprene, cubre copy, bolsas estancas, bolsas de compresión, chalecos salvavidas, más los remos y el kayak, por supuesto.
Nos trasladamos hasta la guardería ubicada a dos cuadras de Weir, buscamos unos carros para trasladar de un modo más cómodo el equipamiento y fuimos derechito al río, más precisamente a la zona de Costa Norte.
Como ya teníamos experiencia previa, una corta clínica de treinta minutos fue suficiente para recordar cómo subir al kayak, tomar los remos y realizar los movimientos básicos para avanzar, doblar o retroceder. En instantes estábamos listos para comenzar la travesía.
“Para realizar esta actividad lo fundamental es la conducta. Poseer un buen poder de reacción frente a algún peligro, más allá de que tomemos todos los recaudos para evitar cualquier posible accidente. Básicamente se enseña a no entrar en pánico frente a una dificultad, y así disfrutar al máximo de la experiencia” –comentó Marcela, mientras poníamos los kayaks en las marrones aguas del Paraná.
Luego de verificar que todo el equipo estuviera como correspondía, comenzamos la travesía costeando el río hacia arriba, hasta unos doscientos metros antes del puente Rosario-Victoria.
Marcela Luciani, rosarina de pura cepa, nos contó que su pasión por el kayak comenzó desde muy pequeña. “A los once años, a escondidas de mis padres, me iba a remar al Club de Regatas de la ciudad” –confesó jactanciosa entre palada y palada.
Cuando sus padres se enteraron de las dotes de su hija, la apoyaron para que incursionara en la actividad entrenando a nivel nacional, pero luego de un tiempo, ella misma se dio cuenta de que en realidad le gustaba conocer lugares, contemplar la naturaleza, y disfrutar la paz que le brindaba el río.
“En el Paraná, las personas se encuentran con ellas mismas. Cuando estoy ‘rayada’, vengo al río. Una vez que lo cruzás, te enamorás y no podés dejarlo… Este río tiene su magia y el kayak te permite vivirlo de una manera directa, mientras que te mimetizás con el paisaje”–afirmó Marcela, al narrarnos su vivencia en este particular entorno.
Emocionados por su elocuente relato, continuamos con buen ritmo la travesía. Realizamos el cruce del río por la zona boyada, cerca del puente que une a las provincias de Santa Fe y Entre Ríos. Esa zona es la más angosta por donde transitan los barcos de gran calado, de esta manera disminuimos considerablemente los riesgos de chocar con alguno.
Al otro lado, nos recibió la Isla Verde, donde hicimos una parada técnica y de descanso, mientras verificamos que todo estuviera en perfectas condiciones. “Lo mejor está por venir” –nos adelantó nuestra joven y simpática guía.
Continuamos remando río arriba, y luego de hacer “la curva” todo se transformó en contemplación. Entramos por el Paraná viejo, dejando atrás el puente Rosario-Victoria.
Pudimos apreciar las maravillas que el Paraná despliega en su delta. Islas, canales, riachuelos y lagunas albergan una gran riqueza animal y vegetal. El humedal del alto delta –formado por el arrastre de sedimentos del río– constituye un ecosistema de biodiversidad única en el país, que casi no ha sufrido modificaciones por la acción del hombre.
El paisaje que íbamos conociendo era de islas planas, surcadas por madrejones, lagunas, albardones y médanos, dispuestos en un sentido paralelo a los grandes cursos de agua.
Un verde brillante, proveniente de bosques de sauces y alisos, cautivaba nuestros sentidos. “Entre la fauna que habita esta zona es posible encontrar coipos, lobitos de río y carpinchos, junto a una gran variedad de aves típicas del ambiente isleño. Entre los peces de estas aguas se destacan los sábalos, surubíes, armados, patíes, dorados, bogas y los sabrosos pacúes.”
Luego de un buen tramo, unos quinientos metros aproximadamente, descendimos de los kayaks en El Sitio, un lugar muy particular, así denominado por aquellos que recurrentemente realizan esta actividad.
Marcela no dudó en juntar unas ramas de sauce, prender un fueguito y de este modo poner el agua para disfrutar de unos exquisitos y reparadores mates. Entre cebada y cebada, contemplamos el paisaje y observamos las lanchas pesqueras deslizarse por el canal.
Nuestra guía nos comentó que unos metros más al sur, sobre el Paraná viejo, es posible internarse por riachos y arroyos y encontrar parajes excepcionales como el Charigüé. Lugar que nos incitó a conocer, por lo que decidimos regresar con esa excusa en otro momento.
Relajados, disfrutamos el contacto con la naturaleza y el incomparable silencio de la región. Luego de apagar bien el fuego, emprendimos el retorno. Unos amenazantes nubarrones adelantaron nuestro regreso a la ciudad. Como la vuelta era río abajo, no nos costó demasiado llegar al punto de partida. Sumamente agradecidos por la aventura vivida, nos despedimos de Marcela, hasta una nueva oportunidad.
Solitarios, nos quedamos en la playa frente al ancho Paraná. De pronto, unas frías gotas comenzaron a mojar nuestro cuerpo. Una llovizna que en minutos se transformó en lluvia nos empapó por completo. Sonrientes y sin preocupaciones permanecimos callados, mirando las islas ubicadas frente a la ciudad.