“Si pasás por Época de Quesos no podés dejar de conocer Tandil”. Tal es la fama que ganó este viejo almacén que no visitarlo es un verdadero pecado gastronómico…
Hoy…
A simple vista, la vieja esquina parece una especie de pulpería o almacén de ramos generales que el avance del tiempo dejó olvidada. Pero basta con traspasar la puerta de entrada para darnos cuenta de que estamos en el paraíso de los amantes del queso.
Los grandes protagonistas del lugar son ellos y toman vida en cualquiera de sus tamaños, colores, formas y sabores, aportándole al lugar además de un aroma irresistible, una imagen única donde es imposible separar el presente del pasado.
La sensación se vuelve evidente, aquí no solo se venden quesos y salamines, sino también historia. Rodrigo y Victoria, los hijos de Teresa, junto a sus empleados se encargan de asesorar haciéndole probar a cada cliente las delicias que elaboran los cuatro tambos que trabajan para ellos.
Les enseñan incluso las diferencias entre los quesos y su clasificación según las pastas en blandas y duras. Y por supuesto, aseguran orgullosos que “todo este lugar es obra y sacrificio de mamá”. Mamá es Teresa Inza, una de las habitantes más soñadoras y creativas que tiene la hermosa ciudad de Tandil.
Así es que recorremos la casa casi sin darnos cuenta y el paseo se torna informal. Cada cual la camina a su modo y con sus propios tiempos, admirando las salitas, el patio y una hermosa matera habilitada al público desde hace poco tiempo. Algunos nostálgicos se sorprenden con objetos y reliquias que cuelgan de las paredes, como ser viejas latas de galletitas o botellas de aperitivos olvidados en el tiempo.
Una foto que se encuentra a la entrada junto a la caja registradora muestra cómo era el lugar hace muchos años y al verla, los visitantes toman conciencia de que apurarse allí dentro es algo sin sentido.
Ayer…
La historia comienza con la llegada de Ramón Santamarina. Alrededor del año 1850, este joven español llega a la Argentina y es en esa época que desde Buenos Aires parten al interior del país carretas que tienen como destino el fuerte Independencia (lo que hoy llamamos Tandil). Estas carretas traen alimentos y productos manufacturados, al igual que personas, y a su regreso hacia Buenos Aires vuelven con plumas y cueros de vaca para ser exportados a Europa.
Ramón Santamarina solía realizar este viaje dos o tres veces al año. Luego de años de trabajo logra ser dueño de su primera carreta, pero los viajes no eran una empresa fácil. No había caminos sino sólo las huellas de otras carretas y a esto se sumaba el constante acecho de indios y las crecientes del río Salado que obligaban a cruzarlo por sus desbordes, lo que terminaba con la vida de muchos arrieros. Así, durante esos viajes, nuestro amigo se dio cuenta de que era necesaria la creación de postas, para poder descansar.
Primero una posta
La Posta del Centro es una de ellas y fue levantada en el año 1860. El lugar albergaba en ese entonces a caballos y arrieros que además de descansar conversaban y jugaban cartas en la sala mayor donde funcionaba el despacho de bebidas.
Para el año 1920, la familia Diez adquiere la esquina y el lugar se convierte en un almacén de ramos generales, funcionando con el nombre de Almacén del Centro hasta que cierra sus puertas en el año 1970. Eran tiempos distintos, en que se confiaba en algo que hoy se ha perdido: la palabra. Así es que se compraba a crédito y el control se llevaba a través de una libreta llamada de “almacén”, la cual poseía el cliente.
De 1970 a 1990 el lugar permanece cerrado y sólo dos ancianas comparten la esquina hasta que mueren. La Municipalidad de Tandil declara el rancho Monumento Histórico, ya que es la única casa de la ciudad que no tiene ochava. En 1990, Teresa Inza decide buscar un lugar para comercializar sus productos. Luego de reciclarla durante casi un año, nace Época de Quesos, lo que sería la concreción de un viejo sueño personal.
Cerramos cuando nos vamos
Llega la noche y creo que es el momento de abandonar Época. Una larga fila de turistas espera para llegar al mostrador a probar alguna de las recetas que Teresa viene guardando celosamente desde hace más de treinta años…
Y todos están dispuestos a esperar. Un cartel fileteado avisa que “Abrimos cuando llegamos y cerramos cuando nos vamos” y realmente es verdad, porque aunque la luna ya hace rato nos mira desde arriba, nadie parece dejar de lado la simple idea de probar su pedazo de queso...