Visitamos la bodega La Caroyense y descubrimos los sabores de este establecimiento centenario. Entre toneles y barricas, aprendimos sobre la historia de Colonia Caroya.
Desde Jesús María nos fuimos derechito al poblado vecino, Colonia Caroya. Partimos sabiendo que al recorrer sus calles encontraríamos buenos salames y buenos vinos para probar. El lugar es conocido por su particularísima fiesta nacional del salame y, a decir verdad, estas pequeñas pero importantes razones fueron la motivación justa para querer conocer el pintoresco sitio.
Al igual que Jesús María, Colonia Caroya es una pequeña población que fue forjada por inmigrantes italianos y españoles principalmente, los cuales dejaron su sello indiscutible en las costumbres y la arquitectura del lugar. Su economía se basa en las actividades agroganaderas y, ahora también, en el turismo. Miles de visitantes se acercan cada año al pueblo para degustar los dulces regionales y los salames caseros que tienen el mismo gustito que los que preparaba “la nonna”.
La fresca sombra generada por los centenarios plátanos sobre la av. San Martín nos dió la bienvenida. En esta particular y ancha calle de cuatro kilómetros de largo se concentra el mayor movimiento comercial del pueblo.
Sobre la mitad de la avenida encontramos la bodega La Caroyense que, al igual que los salames, es un ícono indiscutido del lugar. Sin apuros de por medio, nos adentramos en la institución para conocer su historia, que sin lugar a dudas estaría ligada a la de muchas vidas.
La bodega La Caroyense nació como cooperativa un 18 de noviembre de 1930. Sus fundadores eran todos de origen friulano, por ello la fachada principal de la bodega es semejante a la iglesia catedral de la ciudad de Udine.
Recorrimos la impresionante construcción y aprendimos que posee una capacidad vinaria de 16 millones de litros, de los cuales se utilizan sólo 2 millones. En su interior se elaboran vinos regionales, genéricos, finos varietales y bivarietales, para ritual (misa), grapa y hasta uvas en grapa.
A medida que avanzábamos por el recinto, la guía del lugar nos contó cómo se realizan las distintas etapas de elaboración, recepción, molienda y fermentación, filtración y pasteurización hasta llegar al producto terminado.
Para nuestra suerte, llegamos al lugar que tanto esperábamos: la sala de degustación de la bodega, donde además se pueden adquirir los vinos que más gustaron. Luego de sentir el exquisito aroma, degustamos el fino vino de La Caroyense. De este modo descubrimos los sabores de esta bodega centenaria, la cual recomendamos visitar en su paso por el lugar.