Una navegación por el río Gualeguaychú. Un cambio de perspectiva. Un momento de contemplación. Un espacio para relajarse. Un viaje por lugares donde el pasado cobra vida.
La noche anterior habíamos disfrutado de todo el esplendor de los carnavales de Gualeguaychú. Sentir la energía de cada uno de los participantes en tamaño evento nos hizo sentir halagados de formar parte del público que palpitó al paso de las comparsas por el “corsódromo” local.
El Carnaval del País es sin dudas el espectáculo más esperado en esta región mesopotámica, y su puesta en escena hace que sea un espectáculo sin precedentes.
La mañana siguiente se presentó con un cielo despejado; los ecos de la fiesta pagana aún perduraban en nuestro interior. Tras una ducha caliente donde, desinhibidos, tarareamos las pegadizas canciones que habíamos escuchado a lo largo de la velada, nos dispusimos a conocer la ribera de la ciudad.
Los pronósticos en la radio auguraban una sensación térmica de 30º C, por lo que, livianos de ropa, partimos hacia la costanera de Gualeguaychú. Silenciosa y tranquila, la ciudad apenas exhibía a unos cuantos perros vagabundos jugueteando por las veredas.
Mientras caminábamos, creímos percibir la estrepitosa resonancia de las “batucadas” que nos habían deleitado con el ritmo “candombero”, pero sólo era la impresión que persistía por lo acontecido apenas unas horas antes.
Hacia el río
Una leve y caliente brisa nos alentó para que apresuráramos el paso, y así poder llegar cuanto antes al Balneario Municipal Norte. Esta particular zona ofrece servicios de bar, proveeduría, sanitarios, solarium y sectores arbolados para disfrutar al máximo de las bondades del riacho, sin costo alguno.
Allí conocimos a Guillermo Giusto (53), quien realiza una excursión guiada por las aguas del río Gualeguaychú en catamarán, bordeando el majestuoso paisaje costero. Allí se tiene la oportunidad de realizar avistaje de aves y animales silvestres que merodean la zona, simplemente disfrutando del paseo en absoluto relax.
Nos interesó la propuesta de cambiar la perspectiva y, sin dudarlo, decidimos abordar El Entrerriano, dejándonos llevar por don Guillermo por el misterioso litoral.
Partimos con dirección sur y pronto atravesamos el puente de hierro y remaches Claudio Méndez Casariego, primero en la región con esas características.
No tardamos mucho en ponernos “en sintonía” con el lugar. La navegación recién comenzaba y, con ella, todas las expectativas por dejarnos deslumbrar por los encantos gualeguaychenses.
Nuestro guía nos cuenta que “Gualeguaychú” deriva de la lengua guaraní, cuyo significado es “aguas tranquilas”, siendo adoptado bajo esta forma por los españoles colonizadores, ante la imposibilidad de nombrarlo como lo hacían los naturales de estas tierras. Otras versiones sostienen que en realidad quiere decir “río del jaguar grande”.
A la derecha de la embarcación apreciamos el Parque de la Ciudad Saturnino Unzue. En sus 116 hectáreas alberga una laguna, el museo arqueológico Prof. Manuel Almeida, clubes privados, restaurantes y áreas de recreación. Se divide en zona sur o Parque Chico y zona norte o Parque Grande, el cual se caracteriza por su vegetación autóctona.
La naturaleza se brindó pródiga en las tierras que lo conforman. La exuberante vegetación del parque, compuesta principalmente por eucaliptos, lo convierte en un paraje ideal para escaparse del bullicio de la ciudad.
Más adelante pasamos frente al camping La Delfina, llamado así en homenaje a quien fuera la mujer de Francisco Ramírez, “el supremo” caudillo de Entre Ríos. Además de ser su amante y señora combatía junto a él en los campos de batalla.
Guillermo nos explicó que el río no posee índices de contaminación, y nos invitó a sentarnos sobre el borde del catamarán para que refrescáramos nuestros pies con las templadas aguas. ¡Maravilloso! La agradable sensación de mojarnos y el típico “chapoteo” hicieron que nos deleitáramos con la simple experiencia, haciéndonos reconocer que a veces, las simples cosas de la vida pueden ser tan encantadoras como ninguna otra.
Cara a cara con la naturaleza
El catamarán siguió su rumbo. Pasó frente a los balnearios privados Costa Azul y Solar del Este, llegando hasta la punta sur, donde viró ciento ochenta grados para regalarnos un paso más cercano por esas costas.
Solar del Este posee trescientos metros de arenas que hacen que el visitante pueda disfrutar de la tranquilidad del paisaje y las bondades del río. Cuenta con capacidad para seiscientas carpas con todos los servicios, incluyendo seguridad durante las veinticuatro horas.
Por su parte, Costa Azul posee una prolongada costa de arena con sombrillas ideales para utilizar cuando el sol litoraleño comienza a arder. Completan la oferta de este balneario una proveeduría y un moderno comedor, además de los servicios de alquiler de parrillas, sanitarios y la más estricta vigilancia.
El Entrerriano se acerca a la costa pasando por el Complejo del Tiro Federal, y los clubes náuticos Neptunia y Gualeguaychú. Estos sitios, aislados de la ciudad por el río, se convierten en espacios con fascinación propia, donde el protagonismo lo tiene la naturaleza, que se manifiesta en estado puro.
Luego comenzamos a bordear la misteriosa isla Libertad, lugar que años atrás fuera escenario de reuniones secretas y de batallas en la lucha por la confederación argentina. Algunos historiadores sostienen que allí estuvieron conjuntamente Sarmiento y Urquiza. En la actualidad, este retazo de tierra emergente está ocupado por pintorescas residencias privadas, que por su arquitectura denotan la alcurnia social de sus propietarios.
Rodeamos la isla y desembocamos en la zona del puerto local, donde apreciamos el primer muelle construido con hormigón armado de la República Argentina.
De este modo comenzamos a regresar al lugar de donde habíamos zarpado.
El impactante colorido del paisaje y la relajación que nos causó disfrutar de las calmas aguas del Gualeguaychú, nos dejaron más que sosegados.
El bullicio citadino comenzó a hacerse oír. La gente, poco a poco, se fue acercando a la costa de la ciudad para disfrutar de lo que sería una intensa jornada de playa. Luego de despedirnos de Guillermo, hicimos lo propio, encontrando una sombra que nos resguardaría del intenso sol del mediodía.