La Gruta es uno de los atractivos turísticos más destacados que tiene el Paseo del Bosque. Su rara forma causa sorpresa y atrapa la atención de quienes la ven por primera vez.
No es ningún cuento ni tampoco una de esas leyendas urbanas que tejen las grandes ciudades. En La Plata existe una cueva que ha sido bautizada como La Gruta y desde hace tiempo es meta de distintas excursiones que van en busca de su mística y de algunos de los poderes que, según muchos, oculta.
Quienes han llegado a ella sostienen que el mejor momento del día para descubrir el embrujo que La Gruta produce en sus visitantes es el atardecer, cuando los rayos de sol comienzan a perder fuerza.
Cuando el lago principal del Paseo del Bosque comienza a dar la vuelta sobre sí mismo, comienza a formarse esta suerte de cueva mágica que deleita a los más chicos y también a los grandes con historias de duendes y hadas. Su brilloso blanco externo va atenuándose a medida que uno se acerca y los colores de su entorno comienzan a cambiar en forma inmediata cuando entramos en ella.
Para ello, lo primero es cerrar los ojos. Una vez que lo hacemos, lo mejor es hacer silencio para poder apreciar los murmullos y pasos que se acercan a nosotros para permitirnos soñar por un instante.
Se tome la derecha o la izquierda, se suba o se baje, lo cierto es que una vez dentro las alternativas para vivir la cueva son múltiples. La oscuridad gana terreno hasta que algún haz de luz nos devuelve nuevamente al mundo real.
El juego del eco
Si algo se destaca en esta caverna de ensueños, es la acústica que ejecuta a la perfección distintas notas del pentagrama.
El agua cae sobre un estanque de manera armónica y así surge una cascada natural que encanta a quienes la observan y forma una llovizna atravesada por algunos rayos de sol que hacen aparecer un arcoiris mágico que pareciera haber sido copiado de un cuento de niños.
Fuera de la cueva, esperan algunas calles estrechas llenas de caracolillos que crujen bajo el pie del viajero errante mientras una glorieta que guarda en su memoria los besos de los platenses que alguna vez la visitaron invita a sentarse.
Sobre uno de los puentes que cruza un pequeño brazo de la laguna es posible divisar aún el lateral de La Gruta. Allí, una amplia variedad de gomeros, eucaliptos, pinos y palmeras la abrazan y forman sobre ella una verde corona de aroma fresco que se respira frente a tanta majestuosidad.
Un acuaciclo se acerca a la cascada y vale la pena mojarse con la llovizna que esta emana. Por un momento los remos se detienen y ocho ojos absortos contemplan una escena irrepetible.
La Gruta es uno de esos sitios donde seguramente no nos toparemos con duendes o hadas, pero del que volveremos a la realidad un poco distintos, como cambiados. Como si algo o alguien nos hubiese contado que existe otro mundo. Por algo la llaman la Cueva Mágica.