El salar de Uyuni es un lugar único en el planeta. Allí todo es posible y cada día es distinto al que viene. Un lugar realmente mágico donde Dios, simplemente, ha dejado huellas de su existencia.
Ubicado al suroeste de Bolivia y a poco más de 200 kilómetros de Potosí, el salar de Uyuni es considerado el salar más grande y alto del mundo. Posee una superficie de 10.582 kilómetros cuadrados y se encuentra a una altura de 3.653 metros sobre el nivel del mar.
Esta región semidesértica, de tierras volcánicas, encierra en su interior recursos de gran importancia turística por presentar paisajes de una belleza extraordinaria y exótica que también son muy bien vistos por sus posibilidades económicas. En su interior, el salar contiene una reserva de 9 millones de toneladas de litio y otros minerales.
Al ingresar al salar, se pierde toda comunicación con el exterior y comienzan a vivirse los días en un aislamiento extremo donde, además de todo tipo de paisajes, conviven climas muy fríos con otros más templados y cálidos, lo que por supuesto afecta a la vegetación y fauna de la zona.
Los espectaculares géisers, las formaciones rocosas y los pozos volcánicos con sus fumarolas de azufre que remontan al visitante a la época de la formación de la Tierra son algunos de los atractivos que pueden verse a medida que pasan los días y se recorren los distintos poblados y puntos de interés del salar.
Entre estos, se destaca el pueblo de Uyuni, una pequeña localidad que funciona como entrada al salar. En ella se encuentra el cementerio de trenes que presenta los restos más importantes de la maquinaria ferroviaria del Alto Perú, que nos remontan a todo el siglo XIX.
Desde allí, se pueden recorrer distintos puntos de interés, como ser Colchan o “Puerto Seco”, donde se puede observar la extracción de sal por los pobladores de la zona de manera artesanal y rudimentaria.
A medida que nos adentrábamos en el mar de sal, aparecían distintos hoteles construidos y amueblados íntegramente con elementos hechos de este mineral. Desde sus ladrillos y paredes hasta sus camas, mesas y sillas, además de otros objetos cotidianos que, al ser de sal, se veían muy extraños.
Otros puntos de interés son la isla del Pescado o “isla Cujirí”, que alberga en su interior un pintoresco paisaje rocoso en el que la superficie de granito y tierra orgánica ha permitido que se desarrolle una especie de cactus gigante de más de 6 metros de altura en una zona tan agreste y con temperaturas tan bajas. Al igual que la isla de los Pescadores o “isla Inkawasi”, éste es un sitio extraordinario para la fotografía y la contemplación del paisaje en un marco único, salvaje y solitario.
Conducir, correr o bien caminar en medio de este inmenso lago de sal es una experiencia maravillosa. El paisaje por momentos parece lunar y los contrastes entre el cielo azul y el blanco de la tierra se marcan de manera única.
Por otra parte, cuando está nublado se produce el efecto white out, por el cual el horizonte se vuelve difuso hasta casi desaparecer, haciendo imposible diferenciar la tierra del cielo.
Los días “espectaculares” y “mágicos”, como dicen los locales, ocurren cuando ha llovido y el salar presenta una pequeña capa de agua. Si las nubes blancas y bien marcadas se posan en el cielo azul, el salar se transforma en un verdadero espejo que refleja de manera perfecta lo que ocurre en el cielo y en su superficie, por lo que es posible mirarse, hacer muecas, posar y jugar como si estuviésemos saltando sobre un inmenso e interminable espejo.
En este rincón blanco sentimos el extrañamiento del ojo humano en su versión más notable y tomamos conciencia de que haber hecho el viaje realmente valió la pena, porque durará en nuestras retinas para siempre…