Explorar los misteriosos recodos que lentamente va tallando el viento, para luego lanzarse a una aventura en gomón desafiando la furia del río Jachal.
La Cuesta del Viento es el largo camino que rodea casi todo el dique del mismo nombre. La forma ideal de explorarla es con un auto propio, para ir parando en los lugares más atractivos, saltar la valla junto a la ruta y lanzarse a explorar los recovecos sedimentarios que va tallando el viento. De esa forma se descubren recodos del lago que forman pequeñas bahías cristalinas donde retozan centenares de patos negros, que huyen despavoridos volando a ras del agua ante nuestra presencia.
El borde del lago es un lugar para explorar a pie subiendo a los pequeños cerros sedimentarios de color rosado que proliferan por doquier. Del otro lado de estos cerros se puede descubrir una pequeña península que se extiende como un pequeño brazo pedregoso que quizás mañana ya no exista más.
Cuando la carretera que bordea el dique traspasa la zona de las compuertas, el camino se convierte en ripio en buen estado, con numerosas subidas y bajadas bastante empinadas que atraviesan un paisaje similar al Valle de la Luna, pero con montañas mucho más altas. Si nuestro vehículo es una camioneta, podremos salirnos del camino y avanzar por el arenoso lecho seco de un arroyo y llegar hasta la costa (también se puede llegar caminando). Allí descubrimos playitas solitarias que en lugar de arena tienen millares de fragmentos de piedritas de colores lisas similares a la cerámica.
Durante el paseo a pie –y al azar– nos topamos con acantilados que parecen haberse derrumbado la noche anterior, arbustos resecos en medio de la aridez que están doblados y endurecidos hacia donde sopla el viento, y suelos resquebrajados con un motivo de telarañas entrelazado que se repite hasta el infinito.
Cerca de un cartel a la vera de la ruta que dice Templos del Viento, nace una quebrada agreste que lleva a unas cuevas naturales de dos kilómetros de profundidad. No es recomendable meterse en La Cueva del Indio sin un guía conocedor de la zona, porque rápidamente las paredes se angostan y se achican al punto de que hay que atravesar algunos sectores tirados cuerpo a tierra en el barro, para salir otra vez a galerías que se ensanchan y más tarde se vuelven a cerrar.
Entre remansos y remolinos
A cinco kilómetros del dique está el pueblo llamado Rodeo, que es el centro de servicios turísticos de la zona. Allí hay una buena variedad de hosterías, complejos de cabañas y campings, desde los cuales se ofrecen diferentes alternativas de turismo de aventura como mountain bike, cabalgatas, paseos en 4 x 4, salidas de pesca, trekkings y bajadas de rafting por el río Jachal.
Las bajadas de rafting parten cerca de las compuertas del dique. El estrecho cañón de 6 metros de ancho con paredones de 25 metros de altura conforma uno de los contextos más hermosos del país para realizar esta actividad. Antes de comenzar en una bajada, el guía y conductor del gomón le entrega un remo a cada aventurero y explica las voces de mando: “alto”, “derecha”, “izquierda”, “adelante” y “atrás”. Los preparativos llevan su tiempo: hay que colocarse un traje completo de neoprene, botas de goma, casco y un chaleco salvavidas.
Todo comienza en calma, con un suave traqueteo amortiguado por la goma inflable. Pero cuando todos han perdido el miedo y la cosa parece un juego de niños se devela la trama. El “traicionero” guía dirige el gomón a toda velocidad hacia una roca sumergida y al pasar por encima saltamos en los asientos como en un colectivo que se ha “tragado un lomo de burro”. A los 10 minutos ya estamos todos empapados por los saltos y con los pies sumergidos en el agua que va invadiendo la embarcación (hay aliviaderos para el desagote).
El Jachal es un río ciclotímico que por momentos explota de furia en concéntricos remolinos, y al instante se apacigua en felices remansos. ¿Qué pasa si nos damos vuelta? La posibilidad siempre existe, aunque en verdad depende de los viajeros. El guía suele preguntar de antemano, y si todos están de acuerdo entonces ocurrirá el vuelco. Pero si esto ocurriese no hay nada que temer. El río no es profundo ni el caudal incontrolable. La orilla está a pocos metros y el casco y el chaleco nos protegen de las rocas.
El trecho del vertiginoso paseo mide doce kilómetros y se alcanzan velocidades de hasta 30 ó 40 kilómetros por hora.