Sierra de la Ventana es sinónimo de pesca con mosca. Allí, aún después de 100 largos años, viven las descendientes de las primeras truchas que habitaron el país.
La verdadera historia
Hace más de 100 años los ríos y arroyos de la comarca turística de Sierra de la Ventana fueron elegidos por los ingleses para sembrar las primeras truchas que llegaron a nuestro país.
La llegada del ferrocarril hasta Bahía Blanca, sumado al desarrollo que les iba proporcionando a los capitales ingleses esta región próspera, poblada y productiva, fue la excusa perfecta para que la Cia. Británica Ferrocarril del Sud se uniera a empresarios locales para dar paso a la construcción de un gigantesco Hotel de Turismo, algo en esos momentos inconcebible incluso en la misma aristocracia europea.
Así fue que en el ramal que iba hasta Bahía Blanca en 1903 se inauguró una estación llamada “Sauce Grande” (actual Sierra de la Ventana) que serviría para que los pasajeros, primeros turistas del país, llegaran en un pequeño tren hasta el majestuoso hotel. Esto sucedió por primera vez oficialmente el 11 de noviembre de 1911.
Los pioneros abocados a la construcción fueron importando cientos de especies exóticas traídas de lugares lejanos que rápidamente se fueron incorporando a la flora y fauna local. Ciervos y truchas fueron los más destacados pasajeros de estos viajes. La caza y la pesca eran los favoritos de los altos funcionarios.
Estos primeros alevinos de truchas arcoiris se adaptaron rápidamente a los nuevos ámbitos y comenzaron a desarrollarse de manera casi natural y salvaje, multiplicándose a lo largo de los ríos y arroyos que atraviesan y salpican todo el sistema de Ventania.
Nacionalismo made in England
Sólo la perca, el único pez argentino que habitaba la zona y que aún hoy la habita, supo compartir con las futuras truchas estos rincones acogedores que pasarían a formar parte de un recurso natural.
Entre estos ríos, se destacan el Sauce Grande y Sauce Chico, el arroyo San Bernardo y el Belisario, el arroyo Negro y el Napostá Grande, junto al arroyo De las Piedras y a otros arroyos e incluso pequeñas líneas de aguas.
Cuando el Gran Hotel fue inaugurado, muchas de estas truchas ya eran adultas y reproductoras y algunos de los pasajeros ilustres comenzaban a tentarlas con los primeros equipos de fly cast.
El perito Francisco Pascacio Moreno, explorador inagotable del territorio argentino, es quien se enteró de que las “truchas de los ingleses”, como se las llamaba entonces a las primeras arcoiris que habían llegado de los Estados Unidos, se habían adaptado a los nuevos ámbitos y que, incluso, ya se estaban desarrollando de manera salvaje.
La noticia motivó rápidamente al gobierno argentino a importar truchas de Estados Unidos y Europa y así llegaron los primeros alevinos de truchas arcoiris y marrones a las aguas argentinas.
Ayer y hoy, siempre Sierra
Pasó más de un siglo y las legendarias truchas siguen allí. Y “Sierra”, como la llamamos quienes la conocemos, siempre esta allí también.
En mi corta estadía en el corazón de la comarca no dudé en llamar a mi amigo Juan José Navarro, el único guía de pesca con mosca en la zona que desde hace años intenta entender y trasmitir el comportamiento de estas difíciles pero no imposibles truchas.
La invitación, casi al final de la temporada patagónica, era más que tentadora para cualquier pescador:
“Terminó la temporada en el Sur. Acá hay truchas todo el año, devolución obligatoria y un otoño que se encarga de pintar de ocre todo lo que toca, incluso a las truchas. Ahhh, me olvidaba, están saliendo verdaderas bestias de casi 2 kilos. Las chicas crecieron” reía Juan José.
Quedamos en encontrarnos al otro día. Recorreríamos los campos menos raleados de la zona, donde el famoso río Sauce Grande guarda sus verdaderos tesoros.
El hermoso Sauce Grande
Bastó con acercarnos para darnos cuenta de que él estaba allí. El Sauce Grande es un río único, con un colorido propio, piedras y escasos centímetros de agua o pozones de varios metros, dentro de un marco que le aportan las sierras.
Caminarlo nos hace viajar al caudaloso Chimehuín, al franco Malleo, al verdoso Manso, al laberíntico Collón Cura.
Estuvimos probando durante horas, pero nada resultaba. “Esto es normal” no se cansaba de repetir nuestro guía. “Acá sucede todo lo contrario a otros ámbitos, pero no hay que desesperarse. Las truchas están y son grandes, ya no son las chicas de las que hablan todos. Vas a ver que en cualquier momento pica alguna y grande”.
Así fue que, en un lindo pozón, bajo la sombra de un árbol otoñal, se produjo el mejor pique de la jornada. Juan Jose detuvo la ninfa y una hermosa arcoiris que pesó un poco más de un kilo y medio se acercó a la mosca y, con una naturalidad increíble, la introdujo en su boca.
El fino leader debió ser manipulado correctamente para evitar roces contra cualquier objeto dentro y fuera del río, lo que sería un corte seguro.
Por suerte, la trucha fue acercada hacia la red de mano de Juan, quien le retiró la mosca de su boca y la devolvió al agua, previos movimientos y masajes para lograr su pronta recuperación.
Yo, a esta altura, contaba con las suficientes fotografias para demostrar que “las chicas han crecido” y que es posible pescarlas. Las truchas están ahí. Difíciles y caprichosas como lo fueron siempre.