Sobre dos ruedas, Sierra de la Ventana se disfruta de otra forma. Pedaleando es posible encontrarse con un paisaje distinto, donde todo transcurre en cámara lenta y con música propia.
Todo sigue igual
De chico conocí Sierra de la Ventana. Lo primero que me viene a la mente cuando ando por la zona es el recuerdo de mis padres sobre dos bicicletas llevándonos a mi hermano y a mí a recorrer la magia de sus calles, caminos y pequeños senderos que aún hoy, después de casi treinta años, continúan prácticamente idénticos. Esto hace que Sierra sea diferente a casi todos los pueblos que se le asemejan en la provincia de Buenos Aires. Quizás por ello, la tentación fue más fuerte y la nostalgia ganó la partida. La sabia decisión de alquilarme una bicicleta se hizo real. Así, sobre dos ruedas, comencé a recordar viejos tiempos.
La estación de tren, impecable y renovada como siempre, sería el punto de partida y llegada del recorrido que iniciaría en cuestión de minutos. Agua mineral, un par de barritas de cereal y, por supuesto, la cámara de fotos, infaltable compañera de aventuras.
Hacia el Golf
La estación de Sierra de la Ventana posee un camino que se bifurca hacia izquierda y derecha y ambos lados llevan a idéntico destino. En mi caso, opté por el de la izquierda. La famosa Av. Del Golf es una de las más hermosas de toda la Villa y, luego de unos doscientos metros, nos deposita directamente a la entrada del Golf Club local.
Desde aquí es posible apreciar las bondades del cuidado terreno que adorna los 18 hoyos. El camino continúa hacia el río Sauce Grande y los distintos balnearios que se encargan de ponerle límites naturales al pueblo.
Mientras recorría su contorno, me encontré con un cruce de aguas. No era otro que el arroyo Negro, que es un afluente del Sauce y que vuelca sus aguas en él luego de recorrer los laberínticos rincones de Villa Arcadia, mi próximo destino.
Cruzar el puente
A la media hora de recorrido me encontraba sobre un bello puente de hormigón que indicaba la entrada a Villa Arcadia. Ésta es una pequeña población pegada a Sierra de la Ventana pero que políticamente pertenece al partido de Coronel Suárez, aunque todos se sienten del mismo lugar.
En este pequeño poblado, de no más de trescientos habitantes, los nogales se encargan de colorear todo durante el otoño, pero incluso en primavera los ocres y amarillos parecen no querer retirarse. Allí, una hermosa calle custodiada por majestuosas residencias aristocráticas de principios de siglo me condujo hasta Ymcapolis. Ymcapolis es una vieja casona de estilo suizo en la que funciona desde hace años la Asociación Cristina de Jóvenes. Desde allí, luego de transitar casi 3 kilómetros, me dirigí a la estación de piscicultura, un lugar que todavía posee su cuota de fascinanción, como siempre la tuvo. La calle Circunvalación, que corre paralela a las vías del ferrocarril, me trasladó, como por arte de magia, al viejo puente de hierro que cruza nuevamente el río Sauce Grande para arribar a la famosa estación de Sierra de la Ventana.
Había dado la vuelta y me encontraba en el mismo lugar que al principio, todo casi en una hora de iniciado el recorrido. Igual que hace 30 años.