Dos son los puentes que unen Sierra de la Ventana con Villa La Arcadia. Un lugar que posee sus propios tiempos, silencios y aromas y donde el otoño parece haberse quedado para siempre.
Un río, dos puentes
Si bien no existen datos precisos sobre su fecha de fundación, se sabe que fueron los hermanos Alejandro y Enrique Rayces quienes propulsaron la urbanización de la villa, allá, por el año 1908.
Estos primeros asentamientos dieron origen a fastuosas casonas de época, de estilo inglés, suizo y alemán, que rápidamente sirvieron no sólo de vivienda para sus dueños, sino también de alojamiento para cientos de trabajadores que llegaban hasta la comarca atraídos por los buenos sueldos que originaba la extensión de la línea del ferrocarril y la construcción del Club Hotel Sierra de la Ventana.
En ese entonces, tal como en la actualidad, el río Sauce Grande era simplemente un pequeño cauce que dividía el pueblo. Si bien este pequeño río separa política y jurisdiccionalmente a los partidos de Coronel Suárez, al cual pertenece Villa La Arcadia, y de Tornquist, al cual pertenece Sierra de la Ventana, este límite prácticamente no se hace sentir al turista. Es más, ni siquiera está incorporado en la filosofía de vida de sus pobladores que todos los días cruzan de un lado al otro cualquiera de los dos puentes para realizar sus rutinas.
El más bello de los puentes es el que se encuentra en el centro de Sierra de la Ventana y que pertenece al ferrocarril que hoy llega a la estación Sierra de la Ventana (antes, estación Sauce Grande). Actualmente el tren llega a Sierra de la Ventana de madrugada, cuando todavía es de noche, y parte hacia la ciudad de Buenos Aires cuando cae la noche, por lo que durante el día las vías no son peligrosas y tanto peatones como ciclistas se animan a recorrerlas.
Otoñal Villa Arcadia
Actualmente la pequeña población cuenta con trescientos habitantes estables, pero en temporada alta, sumada la cantidad de visitantes que se acerca a la comarca, la población supera los dos mil.
Caminar las calles de la villa es una de las actividades más placenteras para los visitantes. Robles, acacias, sauces, álamos y abedules, además de cientos de plantas, se encargan de colorear los alrededores de la zona mientras pájaros de todas las especies, zorros y liebres le dan movimiento a los pastizales y praderas que surcan los valles.
Ymcapolis es un hermoso predio que posee la Asociación Cristiana de Jóvenes y que, junto a su vistoso parque y a su coqueto mobiliario, ha hecho conocido mundialmente el lugar.
La pesca, junto a la famosa estación de piscicultura John Gray que se encuentra a sólo 3 kilómetros, es otro de los grandes atractivos que posee la zona. El Sauce Grande, amarillo y de colores ocres y amarronados durante el otoño-invierno y de todos los verdes durante la primavera-verano, se muestra como la columna vertebral a que se apega la villa.
El té y la fondue son, después de haber dormido la siesta, la excusa perfecta para hacer un alto y degustar recetas milenarias. De queso o chocolate, pueden degustarse en La Angelita, una de esas casas típicas de principio del siglo XX que, desde hace más de quince años, viene sentando precedentes en lo que a la hora del té, dulces y tortas caseras se refiere.
Rodeada de hermosos paisajes, las actividades al aire libre que se pueden realizar son variadas. Desde trekking y cabalgatas, hasta paseos en bicicleta o ascensos hasta el pequeño cerrito del amor o cerro Ceferino. Este, de 464 metros de altura, permite desde su cumbre tener una excelente vista de toda la región, incluidos los cerros Ventana y Tres Picos.
Patrimonio histórico y fotográfico, naturaleza y paisajes, artesanías y producción artesanal, paz y tranquilidad, aventura y travesías, arte y cultura son algunos de los sustantivos que mejor describen a este hermoso y bello lugar al cual se accede, simplemente, del otro lado del río.