Visita breve pero cargada de emoción que renueva nuestro vínculo con la historia argentina reciente.
El Salón de la Jura de la Independencia se abre hacia el segundo patio, con su techo abovedado y réplicas de los muebles utilizados aquel 9 de julio de 1816. Este mobiliario había sido facilitado por los prelados de la iglesia de San Francisco para que allí se llevara a cabo el Congreso de Tucumán. Finalmente, en el tercer patio se encuentran dos grandes bajorrelieves realizados por la artista plástica tucumana
Lola Mora. De grandes dimensiones en un espacio muy despejado y amplio, se lucen dos escenas fundamentales de la historia argentina que representan los balcones de la Plaza de Mayo el 25 de mayo de 1810 y la sala del Congreso de Tucumán del 9 de julio de 1816. Son en sí mismos un homenaje a esos dos actos históricos y a la artista plástica de esta provincia que triunfó en el mundo. Esas obras magistrales manifiestan las raíces del país: un puñado de hombres a quienes le debe su libertad.
Contando historia Presenciamos una obra de teatro que todos los días tiene lugar al caer el sol en el mismo predio. Pocos actores en la piel de los principales personajes del Congreso de Tucumán nos llevaron a entender el fuerte anhelo de libertad que sentían ante el opresor, también su voluntad de llevar adelante las acciones básicas para dejar de pertenecer a la corona española. Fue menos de una hora, bien resumido el espíritu patriótico, una buena actuación con un toque gracioso. Simultáneamente, se sigue ofreciendo el espectáculo de luz y sonido que, a través de la electrónica, conmueve reviviendo las palabras dichas por los personajes de la historia en 1816. Ambos espectáculos fueron realizados con el asesoramiento de especialistas de la materia. Declarada Monumento Histórico en 1941 al terminarse su total reconstrucción, nos despedimos de la Casa de Tucumán con la sensación de haber vivido, aunque más no sea por un rato, una parte importante de la historia argentina.