El recorrido nos lleva entre bosques espesos y un rápido arroyo de montaña; permite conocer rincones imperdibles llevados por ágiles caballos que conocen el suelo.
Nos encontramos en un hermoso bosque de las afueras de
la villa para iniciar una cabalgata hacia la cascada Coa-Có. Bajo una sombra amplia esperaban silenciosos una media docena de caballos alazanes de muy buen porte.
Ninguno estaba atado y evidentemente eran muy dóciles, ya que nuestra presencia no los alteró.
Ruidos de cascos y una espesa polvareda nos alertaron de la llegada de otros tantos caballos que serían nuestros “vehículos 4 x 4” por un rato.
Osbel Olate, el guía, se ocupó de preparar las monturas y de asignar a cada uno su animal. Lentamente, sin apuro, cuando todos estuvimos listos salimos en fila india.
La primera parte del trayecto la hicimos atravesando un bosque muy sombrío. El sol apenas pasaba entre las ramas de las viejas especies y sentimos alivio, ya que era verano y hacía calor. Fue un gusto agacharse para esquivar algunas ramas bajas: su perfume era exquisito.
Fuimos tomando un camino vecinal y las casas quedaron atrás. Todo era silencio excepto ese crujido leve de la montura sobre el animal y nuestros pies sobre los estribos.