El tiempo parece detenido en el sopor de la siesta. Los 6.770 metros del cerro Mercedario se apropian del horizonte bajo un cielo que estalla ante los ojos del visitante. Barreal, en el departamento Calingasta, es toda una invitación a los sentidos, un ritual de descubrimiento que no deja de sorprender a todo aquel que lo descubre.
Puerta de entrada a la naturaleza y la historia regional, con sus calles envueltas en la sombra de álamos y sauces y el agua que despliega vida en las rumorosas acequias, tiene todo para ser uno de los centros turísticos más cautivantes de la provincia.
Estratégicamente ubicado a 230 kilómetros de la ciudad de San Juan y a 220 de Mendoza, el pueblo sorprende por su ritual de calma y silencio. Sobre la calle Roca, arteria principal que atraviesa el trazado urbano prolongando las rutas de acceso por el norte o por el sur, se concentran la plaza San Martín, la municipalidad, las oficinas de información turística, la estación de servicio, los supermercados y los restaurantes.
Pareciera que todo está allí, pero el verdadero Barreal se despliega a metros del centro, en la imperdible Calle de los Enamorados, en el intrincado rumbo de callecitas viejas con aroma a pan casero, a casas de adobe y a leyendas de amores prohibidos entre caciques huarpes y doncellas españolas.
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