Ya en Palermo, entre casas bajas y negocios de diseño, encontramos muchas esquinas vacías, pero de a poco nos fuimos cruzando con gente: familias, parejas y amigos que parecían caminar en la misma dirección. Nos dirigíamos al mismo lugar: la plaza Julio Cortázar, ese espacio circular en el cruce de las calles Serrano y Honduras, el corazón de Palermo. A más de una cuadra ya se podía ver: caminaban como hormigas, ahí estaban todos.
El barrio de Palermo, de los más tradicionales de Buenos Aires, siempre se vio favorecido por un cierto aire bohemio que le concedieron los artistas que lo habitaron y lo amaron. A esta altura ya son clásicos los poemas y cuentos que le dedicó el escritor Jorge Luis Borges, probablemente el que más se ocupó de pensar y recordar Palermo. En honor a esta relación, un tramo de la que antes era la calle Serrano, donde él mismo vivió en una casa que no se conserva, ahora lleva su nombre.
En uno de los extremos de la calle Jorge Luis Borges está la plaza que el gobierno de la ciudad de Buenos Aires decidió rebautizar en 1994 en honor a otro escritor amado por los argentinos: Julio Cortázar. Muchos porteños, sin embargo, la siguen llamando “plaza Serrano”.
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