Buenos Aires es una de las más bellas e imponentes ciudades del mundo para recibir la Navidad. Durante diciembre se transforma hasta volverse mágica. El paseo resulta imperdible.
Más allá de ser una celebración religiosa o una tradición milenaria, la Navidad es una fecha única donde todo es posible.
Diciembre, en nuestro hemisferio sur, siempre fue un mes de mucho calor. Recuerdo que para esa fecha la rutina se repetía inquebrantable. Mi hermano y yo llegábamos temprano el día 24 a la casa de la abuela para preparar todo.
Unas horas más tarde llegaba mi primo, y ahí los tres quedábamos hipnotizados mirando por la ventana a la espera de la llegada de Papá Noel.
No había ni grandes chimeneas, ni alces, ni ciervos deambulando por el jardín, pero el arbolito, que a medida que crecíamos era más chico, nos invitaba a merodearlo apenas caía el sol y llegaba la noche.
A partir de ese momento nuestra vista se concentraba en el cielo, y por más que nuestros padres llamaban una y otra vez a la mesa, nuestras ganas de comer podían esperar hasta pasadas las 12. Había cosas mucho más importantes porque preocuparse.
Buscábamos en la oscuridad a un hombre viejo, de traje rojo y enorme barba blanca que traía una gran bolsa con autos, muñecas, bicicletas, pelotas y juguetes desde lugares inimaginables.
Y siempre ocurría lo mismo, en un descuido nuestro, Papá Noel aterrizaba sus trineos quién sabe donde y dejaba los regalos al pie del arbolito, con nombre y apellido para que nadie se confundiera de paquete.
Enfrente, en la casa de mi amiga, tenían como tradición apagar la luz porque según ellos Papá Noel era tímido. Cuando la luz volvía, aparecían los regalos junto al árbol y sólo una vez la madre de mi amiga logró quedarse con un mechón de su blanca barba. Ese fue el acercamiento táctil más grande que yo he conocido entre un humano y Papá Noel.
Nosotros tres en cambio siempre terminábamos igual. Sentados en el piso y rompiendo papeles y cintas hasta lograr ver que había dentro de cada paquete, pero con la vista fija clavada en las estrellas hasta el próximo año.
Al igual que en el famoso juego del “Don Pirulero”, recorrer Buenos Aires antes de Navidad es encontrarse con miles e inimaginables formas de expresar los mismos sentimientos.
Desde finales de noviembre y principios de diciembre comienzan los preparativos que logran transformar a la ciudad en una especie de gigantesco arbolito navideño, donde los negocios, cada cuál con sus dueños, empleados, vidrieras y decoraciones, invitan a un viaje mágico cualquiera sea el rubro de los mismos.
Buenos Aires nos permite volver a soñar como cuando éramos niños. Donde la posibilidad de cruzarse a la vuelta de la esquina al esquivo Papá Noel era algo que seguro podía sucedernos.