Un Puerto Madero invadido
“Las penas son de nosotros/ las vaquitas son ajenas…”, cantaba Atahualpa Yupanqui en El arriero, uno de sus temas más emblemáticos y popularmente conocidos. Y tenía razón, pero un día las penas se transformaron en alegría y las vaquitas que eran ajenas pasaron a ser propias, se “argentinizaron”.
Costaba creerlo, pero era verdad. Puerto Madero, de un día para el otro, había sido invadido por cientos de vacas, todas iguales en tamaño, pero distintas unas de otras. Cada una competía por ser más linda que la anterior.
Vacas de fibra de vidrio producidas en serie fueron pintadas por prestigiosos artistas locales e internacionales para luego ser subastadas para recaudar fondos con fines benéficos.
El moderno barrio se transformó, durante unos meses, en un verdadero campo de engorde y exposición rural. Los visitantes caminaban, andaban en bicicleta o incluso comían acompañados de una manada de vaquitas pintadas que, casi domésticas, le aportaron un colorido único a este sector de la ciudad.
De motivos más que ocurrentes y con el repertorio más surtido del imaginario nacional, cada una de las obras de arte logró hablar por sí sola. No necesitaron decir ni “mú” para hacerse entender.
¿De dónde vienen las vacas?
La iniciativa nació en Suiza, la hermana ganadera que tiene nuestro país. No hay que ser científico para saber que donde se fabrican los chocolates más ricos del mundo abunda la leche y, en consecuencia, las vacas.
1998 fue el año en que las vacas, neutras de color, se dejaron pintar por la idea de Pascal Knapp y esto dio rienda suelta a la creación, no sólo de artistas locales suizos, sino también de renombrados artistas plásticos que, enterados del evento, quisieron formar parte y aportar lo suyo. Obra enaltecida cuando se enteraron del fin benéfico que perseguía dicho acontecimiento.
CowParade, como lo bautizaron popularmente, fue una forma de explicar al mundo el amor que existía en Suiza por el ganado vacuno. Casi 2 millones de vacas conviven con una sociedad que apenas triplica ese numero y que, sin ninguna duda, tiene a la vaca declarada como su monumento nacional viviente.
Pascal Knapp, artista plástico reconocido en Europa, fue quien esculpiera las primeras protagonistas de esta historia y quien, junto a su padre, sería el creador de este nuevo concepto y forma de manifestación artística que está recorriendo el mundo. El fenómeno ha llegado a lugares que a lo largo de la historia resultaron inhóspitos para el ganado vacuno.
¿Qué es Cow Parade?
La organización Cow Parade agrupa no sólo el arte, sino también la caridad y la ayuda social. Cada vaca se transforma literalmente en un soporte material para hacer publicidad, además de lograr reunir a los miembros más destacados de la comunidad artística de los lugares donde se realizan las exposiciones. Por su parte, el dinero recaudado es destinado a organizaciones no gubernamentales, la mayoría de las cuales trabaja con niños y/o enfermos.
Los organizadores en la ciudad de Buenos Aires fueron el Instituto Leloir, Esclerosis Múltiple Argenina y Ediciones Larivière, con la colaboración de la Corporación Antiguo Puerto Madero S.A, quienes se encargaron de sondear sponsors a quienes les interesara apadrinar el evento.
A partir de allí, artistas locales e incluso de ciudades vecinas, muchos venidos del Uruguay, fueron convocados a participar. Quienes resultaron apadrinados recibieron un prototipo originario del ideólogo, Pascal Knapp, para lograr así hacer de su vaca soñada un rumiante real.
En tres meses los artistas debieron dar nacimiento a sus vacas que, luego de ser visitadas durante otros tres meses, se remataron al mejor postor. Ciudades como Nueva York, San Pablo, Londres, Dublín, Praga, Moscú, Sydney, Tokio, Johannesburgo, Barcelona, Florencia, además de Buenos Aires, México y hasta Ciudad del Cabo fueron testigos de esta interesante movida que no para de crecer y ganar adeptos.
“¡Que vuelvan!”, es hoy el pensamiento no sólo de la gente de campo sino también de los porteños que aprendieron a quererlas y a convivir por unos meses con ellas.
“¡Y que lo hagan pronto!”, para que el genial Atahualpa no tenga otra vez razón.