Música: Carlos Gardel
Letra: Alfredo Le Pera
Apasionante como pocos. Pasional hasta el punto en que “por una cabeza” muchos lo han perdido todo y muy pocos son los que se recuerde lo ganaron.
El hipódromo es un lugar muy especial. “Una Iglesia a la que nadie falta”, dicen los burreros más fanáticos. Y algo de eso tiene. Cuando hay lluvia, pista mojada y así se transforma en un paraíso y es un pecado no estar allí.
El hipódromo no es un ámbito donde imperen los consejos. Si de consejos se trata, sólo se siguen al pie de la letra aquéllos que apunten al caballo favorito, a la fija y a la suerte que, por supuesto, también existe.
“Últimos metros finales para el disco, cualquiera puede ganar. El 5, el 8, el 7. Trescientos metros finales para el disco, el 7 aventaja al 1, seguido de cerca por el 3, por afuera el 8. Doscientos metros finales para el disco, el 7 con ventaja sobre el 3, muy cerca el 5 seguido por el 8. Últimos metros finales para el disco. Cincuenta metros finales para el disco. Cabeza a cabeza, el 7 y el 5, por una cabeza entran el 5, y el 7… y cruzaron el disco…7,5,8,3,4,1..” termina de despacharse el relator y ya nada es igual.
Absolutamente nada
Aunque no se conozca el hipódromo, sus jockey y sus caballos son parte de la idiosincrasia popular argentina.
Desde sus inicios, la meca del turf argentino se hizo notar para la mayoría de los rioplatenses. El día que abrió sus puertas, la ciudad se paralizó y ni los trenes ni los tranvías dieron abasto. El ferrocarril incluso puso vagones de más para que todos pudiesen asistir, pero no fueron suficientes para el caudal de interesados que no quiso perderse las primeras siete carreras.
Y así, más de diez mil porteños vibraron al triunfo de “Resbaloso”, el gran ganador de la primera vuelta.
Pero hoy el hipódromo no es simplemente un lugar destinado a las carreras de caballos. Desde sus comienzos supo imponerse como un ámbito de glamour y estilo, en donde el fanatismo por el turf motivó la construcción y luego la contemplación de una elegante obra arquitectónica de la belle époque en la que se conjugan las apuestas y los placeres de la buena vida.
Inaugurado en 1876, el predio cuenta con tres pistas de arena cava, de las cuales dos son utilizadas para el entrenamiento y vareo de los caballos y la tercera, considerada una de las mejores del mundo, posee una composición de materiales extraordinarios para la actividad (80 % de arena, 14 % de limo y 8 % de arcilla).
Durante las carreras despliega 2.400 metros de vértigo y velocidad que no se consiguen en otras latitudes del mundo.
Sin embargo, el Hipódromo Argentino de Palermo, como se lo denomina desde 1953, no se reduce simplemente al juego y a las apuestas.
El salón Tattersal, obra del arquitecto italiano V. Cestari, es el lugar preferido de grandes personalidades para fastuosos festejos de etiqueta, mientras que el pabellón de socios, sede del encuentro entre políticos y figuras del establishment, nació de la imaginación del arquitecto francés Fauré Dujarric.
El paisaje se completa con encantadores jardines decorados con esculturas y escalinatas que invitan por los laterales a la pista y a las tribunas. Entre las alternativas para el entretenimiento, es posible disfrutar de bares y confiterías, entre las cuales se destacan el Salón Oval y el restaurante París y las dos salas de slots, hoy con más de mil máquinas tragamonedas.
Basta de carreras, se acabó la timba,
un final reñido yo no vuelvo a ver,
pero si algún pingo llega a ser fija el domingo,
yo me juego entero, qué le voy a hacer….