Basta con abrir sus puertas para encontrar magia desde el primer instante en que se alzan los ojos. Con aire de barco que siempre mira el mar (que siempre está a “barlovento”), este parador es ideal para escritores, historiadores y todo aquel soñador que esté buscando un lugar para anclar su corazón.
Soy de los que creen que en el mundo hay uno, dos o como máximo tres lugares donde podemos llegar a ser nosotros mismos en total plenitud. Felices con solo respirar. Y en Claromecó, sin duda, encontré uno de los míos: el parador Barlovento.
Son distintas las definiciones que dan los diccionarios de la palabra “barlovento”. Basta con citar las que propone Wikipedia (la enciclopedia libre de la web) para acercarnos quizás al fundamento del nombre con el que su creador y dueño bautizó en sus orígenes este bello lugar frente al mar, ubicado en Dunamar, del otro lado del puente que separa este paraje de la bella Claromecó.
Según Wikipedia, Barlovento puede referirse a: un término marino que indica el sentido contrario al que siguen los vientos dominantes, dicho de otra manera, la dirección desde la cual llega el viento; referido a las laderas de una montaña o cordillera, es la ladera que recibe directamente los vientos húmedos procedentes del mar; municipio de la isla de La Palma en las Islas Canarias; Llanura de Barlovento, región del centro de Venezuela, ubicado en el estado Miranda; conjunto de islas de Cabo Verde; islas de Barlovento, conjunto de islas de las Antillas Menores; una conocida canción venezolana.
A mi entender, luego de haber pasado horas en este lugar en distintas estaciones del año, la primera definición (aquella que se refiere al lugar donde “nacen los vientos”) fue la correcta para bautizar este sitio.
Al igual que los salmones que nadan contra la corriente, para los marinos “a barlovento” es cuando se navega hacia el origen de todo, en contra de los vientos, exactamente al lugar donde la naturaleza decide comenzar a soplar. Barlovento posee mucho de esto.
De aire marino por donde se lo mire, con elementos náuticos que logran atraer la atención de grandes y chicos, y con un timón que mira el mar, este café, bar, restó, bistró, parador, restaurante o como cada uno quiera llamarlo mira al mar y abre sus puertas a toda hora, esperando al forastero que llega sin avisar. Existen pocos lugares de su especie.
Sobre sus paredes de madera cuelgan recortes periodísticos de notas sobre el lugar y a personajes memorables que formaron parte de la historia de Claromecó y de todas estas playas.
Muy pocas veces un lugar quiere mostrar tanto a sus visitas, dejarles una huella imborrable, contarles alguna historia que solo sobrevive al tiempo amarrada dentro de sus paredes, anclada en esta pequeña latitud y longitud frente al mar.
Y a esto, a semejante gratitud, basta con mirar la carta del menú y los precios para ver que el objetivo no es lo comercial.
Por momentos es difícil entender que alguno de los verdaderos manjares que aquí se preparan, como rabas y mariscos acompañados de cervezas o vinos, cuesten mucho menos que en cualquier otra parte del mundo.
Quizás sea porque Barlovento es parte del origen de las cosas, el lugar donde los vientos nacen. Seguramente sea parte de la filosofía de sus dueños actuales, hoy continuadores del legado de su creador. De la continuidad de este paraíso…
Por esta vieja casa-rancho de madera frente al mar pasaron glorias como Federico Vogelius, Enrique Mulder o el audaz Christian Madsen. ¿Quiénes son? Hay que llegar a Barlovento para entender un poco más de sus vidas… Vidas del pasado que de seguro pueden llegar a cambiar lo que queda de la vida del lector/a. Esa es la propuesta para quien está leyendo esta nota.
Por suerte, Google todavía no puede explicar el vivo y el directo del paraíso. Lo indexa, pero no lo respira. La única opción es llegar hasta allí.
Gracias, Barlovento, simplemente gracias…