Cuentos de la cripta

Recorriendo la ciudad de Córdoba, entre sus bulliciosas calles, nos encontramos con un túnel que se asemejaba a las habituales bocas de subterráneo. Como sabíamos que este medio de locomoción no funciona en la capital de la provincia mediterránea, quisimos averiguar de qué se trataba esa escalinata que se internaba en el corazón mismo de la ciudad.

De esta manera, y sin dejar de sorprendernos, entramos a la cripta jesuítica del noviciado viejo, una singular construcción que se remonta a principios del siglo XVIII y que fue redescubierta casi por casualidad en el año 1989.

Fuimos recibidos por Daniela, una de las guías del sitio que nos contó todo acerca de este lugar. Al ingresar en la profundidad de la cripta, un denso ambiente nos envolvió, generando una especie de “magia” que hizo que prestáramos suma atención al relato de nuestra anfitriona.

“La cripta fue construida en las primeras décadas del siglo XVIII como lugar de oración de los padres jesuitas” - aseguró Daniela.

No tardamos en retrotraernos a la parte más fascinante de la historia social, cultural y religiosa de la ciudad, ya que nos dimos cuenta de que estábamos frente a una de las construcciones más antiguas de América del Sur, desde el momento de su colonización.

Al recorrerla, impresionan sus gruesos muros de piedra sin labrar; posee una onstrucción simple que se encuentra unida con argamasa (mezcla de cal, arena y savia de cactus). Pensar que esos gigantescos bloques fueron acarreados por los Comechingones desde las sierras, realza la importancia de la obra y denota el poder que poseían los jesuitas sobre los nativos.

Según los registros históricos de la antigua orden religiosa, este lugar podría haber sido el sitio elegido para levantar la iglesia que hoy se encuentra en la Manzana Jesuítica, pero luego de iniciada la construcción se decidió erigirla donde se encuentra en la actualidad, dejando esos cimientos para que funcione un oratorio. Las tres naves que posee la cripta son las que generan esta clase de sospechas.

Con la expulsión de los jesuitas de América, el lugar paso a mano de la orden de los padres Betlemitas. “En el año 1820 una epidemia de cólera azotó la ciudad y el antiguo oratorio fue dispuesto como cripta de enterramiento para los cuerpos que habían sufrido la enfermedad, de ahí su actual denominación” - nos explicó la guía.

Tocamos los muros, recorrimos cada centímetro del lugar intentando revelar algún secreto más, de los tantos que encierra. Observamos las hornacinas que eran utilizabas para rezar, pasamos frente al “pudridero” donde se depositaban los cadáveres cubiertos con cal y, con asombro, nos detuvimos en el muro de las lágrimas, donde aflora la humedad de la napa del río Suquía, que dibuja un verdadero llanto sobre las rocas.

En la actualidad, la cripta es utilizada como espacio para muestras artísticas, conferencias y, gracias a la buena acústica que posee, se realizan representaciones teatrales.

Antes de terminar el recorrido, Daniela bajó el tono de su voz. Nos contó, como si fuera un secreto, que años atrás el lugar se cubrió con un humo blanco hasta los dos metros de altura. Los presentes se aterraron con lo sucedido y cerraron la cripta. Al día siguiente la volvieron a abrir y encontraron todas las baldosas del piso despegadas como si hubiesen flotado. Un enigma sin develar se encierra en la cripta y aunque algunos sostienen que ese fenómeno podría haber sido generado por el gas que se desprende de los huesos enterrados, otros más esotéricos sostienen que fueron los fantasmas de quienes fueran sepultados durante la epidemia que azotó a la región, en busca de sus cuerpos.

Nosotros nos quedamos con la última explicación, la cual genera un atractivo más interesante para quién visita el lugar. Al fin y al cabo no es más que uno de los tantos cuentos de la cripta de esta misteriosa y antigua ciudad argentina.