Es un paseo sencillo. Hay que hacer trámites en la aduana, sentarse y sentir cómo una balsa cruza gente y autos en cuestión de minutos. Pero cuando desembarcamos ya estamos en Brasil, que no es poco.
Hay que preguntar simple: “¿El paso a Brasil? ¿La aduana? ¿Cómo cruzo enfrente?”. El indagado levantó un dedo y nos señaló la Aduana Argentina.
Allí, antes de hacer los trámites migratorios, en una pequeña casilla dos bellas y simpáticas señoritas nos dijeron que cruzar sale sólo monedas. Así que sacamos los pasajes y ya éramos parte de esta singular aventura que, increíble pero real, nos permite vivir olores, costumbres e idiosincrasias distintas con solo cruzar un río.
Eso es lo lindo que tienen los límites internacionales: la posibilidad de encontrarnos con un otro distinto a nosotros y tan igual al mismo tiempo.
Del otro lado, una pequeñísima localidad bautizada Porto Soberbo es la entrada a Brasil. Desde allí se puede emprender viaje a las localidades de Tres Pasos, Teniente Portela, Itapiranga o bien hasta el parque estatal de Turvo, desde el cual se aprecian los Saltos del Moconá pero desde el lado brasileño.
La balsa que cruza de un lado a otro no tarda más de 5 minutos, pero es un paseo perfecto para hacer algo diferente y llegar a Brasil.
Se puede comprar alguna chuchería (hay marcas diferentes a las que estamos acostumbrados), la casaca de la Selección de Pelé o Neymar, tomarnos una cerveza (cerveja) o bien escuchar alguna conversación en portugués o la radio con la música tradicional de esta región del Brasil.
Todo vale para hacer algo distinto y luego volver a Argentina a disfrutar otra vez de El Soberbio, una pequeña urbe en la que todo es posible, incluso vivir lo impensado cinco minutos antes.