Esteros del Iberá es un paraíso para la observación de aves. Arriba, a media altura, abajo e incluso dentro de los bañados hay pájaros de todas las variedades. Infinitos, podría decirse.
Volar es uno de los sueños más maravillosos que ha tenido, tiene y tendrá el hombre. Pero, si pudiéramos hacerlo, ¿qué pájaro nos gustaría ser?
Miles son las respuestas a esta simple pregunta que, quizás, ha motivado la formación de cientos de asociaciones que a lo largo del planeta tienen como objetivo el avistaje de aves. Sin dañarlas, sin modificar su ecosistema, basta con fotografiarlas y tener así un recuerdo de ellas. Pero lo más importante es encontrarlas, viajar miles de kilómetros para entenderlas, mirarlas, escucharlas.
Directa o indirectamente, la observación trae consigo una admiración pasional por el objeto de estudio. Admiración que, aunque haya aves que son más difíciles de localizar que otras, tiene sentido en cada uno de los pájaros que se logra ver.
Existen lugares en el mundo, aunque cada vez son menos, en que las especies se vuelven interminables. No hay que ser ornitólogo ni pertenecer a ningún club para darse cuenta de que la reserva Esteros del Iberá, junto a sus inmediaciones, entre los cuales se encuentra la bella ciudad de Mercedes, es un reservorio infinito de aves de cientos de nombres, tamaños y colores.
La reserva Carlos Pelegrini es la puerta de entrada a este mundo de lagunas y bañados de cuya música, a pesar de la escasa presencia del hombre, siempre se encargó la naturaleza.
La idea es internarse en los esteros, que prácticamente permanecen vírgenes a la presencia del hombre. Para ello es requisito fundamental la presencia de guías, lugareños o baqueanos que conozcan el terreno a la perfección, así como las especies que lo habitan regularmente.
Este rincón de Corrientes posee una vegetación mesopotámica salpicada por lagunas que desarrollan plenamente su flora y fauna. Ideales para ser fotografiadas. Los esteros, tanto de día como de noche, están habitados por innumerables sonidos sorprendentes.
La lista es interminable. Resulta extensa para quienes no nos dedicamos a la ornitología, pero un verdadero paraíso visual para quienes sí lo hacen.
Ñandú, colorada, inambú común, macá común, macá pico grueso, macá grande, aninga, biguá, garza mora, hocó colorado, chiflón, garcita blanca, garcita bueyera, mirasol grande, mirasol común, garcita azulada, garza bruja, tuyuyu, cigüeña americana, bandurria mora, cuevillo cara pelada, cuervillo de cañada, espátula rosada, chajá, pato real, pato crestudo, sirirí colorado, sirirí vientre negro, sirirí pampa, pato capuchino, pato cutirí, jote cabeza colorada, jote cabeza amarilla, jote cabeza negra, águila negra, caracolero, gavilán planeador, gavilán ceniciento, taguató común, aguilucho pampa, aguilucho colorado, carancho, chimango, chimacina, halcón plomizo, halconcito colorado, carau, ipacaá, gallineta común, yabirú, gallineta obera, burrito común, pollona negra, pollona azul, pollona pintada, jacana, tero real, tero común, pitotoy chico, pitotoy solitario, tringa solitaria, becasina común, apí, gaviotín chico común, rayador, paloma picazurró, paloma manchada, paloma doméstica, torcaza zenaida auriculata, torcacita común, torcacita colorada, yerutí común, palomita azulada, calancate común, cotorra, cuclillo canela, etc., etc., etc.
Infinitos, podría decirse.