Despertar. Las amotinadas sábanas no nos dejaban incorporar para bajar a desayunar antes de que Fredy nos pasara a buscar. Los recuerdos recientes de la navegación por el riacho Pykysyry aún flotaban en nuestra mente, cosa que nos obligó a levantarnos, ya que para ese día tendríamos una jornada tan prometedora como la anterior.
Fredy –nuestro guía una vez más–, siempre puntual, estaba estacionado en la puerta del hotel.
“Hoy vamos a realizar un paseo histórico cultural por una de las primeras misiones franciscanas de Formosa” –nos adelanta, mientras el vehículo que nos transporta deja la capital provincial por la Ruta Nac. Nº 11.
Vamos con rumbo a San Francisco de Laishí, primer Municipio Ecológico de Formosa, ubicado a 70 km de la capital, y que cuenta con la misión franciscana que lleva el nombre del Santo Patrono de la Orden y del cacique guaraní Laishí, dueño de esas tierras antes de la conquista del Chaco.
Luego de transitar 36 km, en el paraje de Tatané, empalmamos con la Ruta Nac. Nº 1. Allí, una patrulla fija de Gendarmería Nacional realizó los controles de rutina, permitiéndonos continuar la marcha.
El paisaje formoseño es fantástico. Estas vírgenes tierras, con sus distintas tonalidades de verde, a la espera de ser sembradas con maíz o sandías, nos cautivan haciendo que nuestra mirada se pierda en el libre horizonte. Palmeras, algarrobos, totoras y un sinfín de especies vegetales se suceden una tras otra entramando el verde follaje.
La amena charla con nuestro guía y las fastuosas panorámicas a ambos laterales del vehículo, hicieron que los kilómetros que nos distanciaban de San Francisco de Laishí parecieran más cortos, llegando hasta el antiguo poblado casi sin darnos cuenta.
Un sitio con historia
Esta localidad, que no supera los 6.000 habitantes, tiempo atrás se constituyó en el centro principal de la región. Fundada por el sacerdote Pedro Iturralde en 1901, la misión franciscana se encargó de fundar una escuela, construir una capilla e instalar talleres y fábricas, iniciando así a los guaraníes en la práctica de la industria rudimentaria, y en los menesteres de la agricultura y la ganadería.
Cruzamos un pequeño puente por donde pasa el riacho Salado, tomamos la Av. San Martín –la única pavimentada, el resto de las calles son de tierra– y nos dirigimos sin titubear a las entrañas de la misión.
Allí fuimos recibidos por doña Celina Orquera de Guanes, quien fuera la primera maestra y profesora del pueblo y, mucho tiempo atrás, la primera y única alumna egresada del Convento del Sagrado Corazón de Jesús, en San Francisco de Laishí.
Con la amabilidad característica de una persona que ama cada centímetro de la legendaria misión franciscana, nos invita a recorrerla y conocer su historia, de la que ella también forma parte.
Celina es una persona muy especial, que si se la deja hablar no se detiene un instante. Es que sabe tanto del lugar que nos abruma con datos, fechas, fotos y elementos que constituyeron partes fundamentales del antiguo convento.
Con ella transitamos el interior del mismo. Los gruesos muros nos hablan transportándonos años atrás, cuando la acción de los padres franciscanos encauzó la capacidad laboral innata de los guaraníes, resultando de ello un desarrollo industrial de notable importancia, al punto de producir azúcar de primerísima calidad, o cigarrillos fabricados por operarias guaraníes que llegaron a ser considerados “excelentes”, como los habanos o los mejores cigarrillos paraguayos de la época.
Paseamos por el antiguo hall y percibimos el olor a humedad que parece estar instalado desde la fundación.
Subimos las antiguas escalinatas que nos conducen a lo alto del convento, y desde allí apreciamos las primeras construcciones de la localidad, como el aserradero y el acopiadero. A lo lejos divisamos la misteriosa arquitectura de la Capilla del Sagrado Corazón de Jesús, que pertenece al Colegio de Santa Clara de las Hermanas Educacionistas Franciscanas de Cristo Rey.
Luego de unos minutos de contemplación, en los que la imaginación nos hace jugar con la presencia de figuras fantasmagóricas de antiguos pobladores que transitaron por el lugar, trabajando y forjando un futuro tal vez incierto, nos dirigimos a otra parte del convento donde funciona un museo.
En el interior del mismo apreciamos armas utilizadas por la Policía de los Territorios Nacionales, instrumentos de meteorología, un relicario, un telégrafo y el bastón que utilizó el Padre Iturralde hasta los últimos días de su vida, entre otros elementos.
Al culminar con la visita, nos despedimos de Celina –quien con su paso cansino nos acompañó durante todo momento– y nos retiramos. Un silencio reflexivo se apoderó de nosotros… Pensar que esa inhóspita misión, mimetizada con el agreste paisaje formoseño fue quizás la cuna de la civilización americana en la región, es algo que no escapó a nuestro pensamiento. Y el hecho de haber estado allí nos hizo redescubrir el lugar de donde venimos.